viernes, 19 de febrero de 2010

Un beso a la vida, por Jane Austen

Eran las diez y María no aparecía. Estaba en la calle, temblando por el frío de febrero, cuando vi que se acercaba con paso firme. Me estampó un par de besos e iniciamos la marcha hacia el restaurante donde teníamos reservada mesa. Durante el camino, su parlotear me fue poniendo al día de todo que había hecho, y sus risas rompían con un eco el silencio de la calle.



El restaurante era pequeño, acogedor, con mesas muy cerca unas de otras, y nos acomodaron al lado de dos chicos que apagaron su charla cuando nos vieron llegar.
María tenía una risa contagiosa y no era difícil captar nuestra conversación con la cercanía de nuestras mesas.



Ellos nos saludaron con una sonrisa y María, pícara, me sonrió a mí.



No había llegado el primer plato cuando María bajó el tono y me explicó que era feliz, que había conocido a un hombre maravilloso y que se había convertido en su amante.
Ya había empezado a darme detalles sexuales cuando su vecino de mesa le lanzó la más seductora de las miradas. Ella reaccionó de igual manera y en el aire se mezclaba la más dulce sensualidad.



Antes del segundo plato, María se levantó para dirigirse a los lavabos y me dejó allí con los vecinos de mesa, muy divertidos.
Mientras buscaba en mi bolso un cigarrillo, vi cómo el vecino más próximo se levantaba e iba en la misma dirección que ella.
Fumé tranquilamente y ya casi acababa cuando apareció ella, con la más bella de las sonrisas.



Con cara extrañada, interrogándola, le pregunté:
–¿Dónde estabas? ¿Qué hacías?
–Nada, contactaba.
–¿Contactabas?
–Me han propuesto una cosa y he aceptado –dijo ella.
–¿Qué?
–Luego te explico –y empezó a morder una patata de su plato.



Nuestros compañeros de mesa acabaron antes que nosotras, y, al despedirse, dijeron un “hasta luego” que al principio me pareció normal y del que luego comprendería el motivo.
Una vez fuera del restaurante, ella tomó las riendas de la organización de la velada, y empezó a caminar hacia su coche.
No intenté preguntarle dónde íbamos. Lo tenía clarísimo, y yo también me dejaba llevar.
Aparcamos no lejos de donde ella me comentó que íbamos y pronto estuvimos en la cola de entrada de un bar musical.



El ruido de dentro atravesaba la puerta que se abría y dejaba salir a grupos de gente. María, fuera por el frío, fuera por la música que se oía, se movía de manera sugerente.
Me hacía feliz verla así. Contagiaba a su alredor su risa, y, cuando estuvimos dentro, fue directa a una mesa al fondo, donde reconocí a los vecinos del restaurante.
Ella plantó dos sonoros besos a uno. Al otro le acercó los labios a sus comisuras, y él le respondió con un abrazo.
María era especialista en meterme en líos, pero el partenaire que me tocó no me desagradaba e iniciamos conversaciones separadas.



Pronto las manos de María y su chico fueron siendo un revoltijo que jugaba por debajo de la mesa, mientras yo y mi pareja de la noche nos lanzábamos sonrisas de complicidad.
Estaba claro que se gustaban, y eso hizo que yo, contagiada por ella, empezara a meter mano a mi pareja.
La penumbra era notable, pero no impidió que viera cómo ella abría la cremallera de su amigo y sacaba a la vista su polla erecta y amenazante. La imagen obró en mí un dulce estímulo que me excitaba y me gustaba.


La visión no era perceptible para el resto de la gente. Sólo nosotros, en nuestra mesa, sabíamos lo que se cocía, y eso hacía que fuera aún más excitante.
De haber continuado allí, seguro que nos hubieran echado por exhibicionistas, por lo que en un momento en que pudimos mirarnos todos, decidimos marcharnos.
María y Carlos, que era el que me había mostrado ya su hermosa polla, se sentaron en la parte de atrás del coche. Por el retrovisor veía su cabeza subir y bajar y Carlos jadeaba ahogadamente.
Jorge me metía mano mientras conducía, y yo acomodaba mis piernas para que su mano tocara mi sexo, que se ofrecía abierto y húmedo.
Fuimos a casa de Carlos, y en el ascensor continuaron los tocamientos.
Carlos vivía solo y tenía un comedor amplio con grandes ventanas que, tapadas por las cortinas, no mostraban nada. El único elemento de desorden estaba en el sofá: unos calzoncillos que rápidamente llevó a su habitación.



Nos sentamos en el sofá y, tras el ofrecimiento de alguna bebida, desapareció en dirección a la cocina. María aprovechó para seguirle.
Jorge empezó a besarme y con sus manos me rozaba los pechos por la parte más exterior. A mí eso me volvía loca. En un momento abrió todos los botones de mi camisa y dejó que mis pechos aparecieran palpitantes ofreciéndose.





Me sentó en su regazo y vi cómo su polla aparecía por encima de su pantalón. No dudé en primero echarle un vistazo, y rápidamente estaba en mis manos, a punto de entrar en mi boca.
Así nos pillaron María y Carlos, cosa que no pareció molestarles. Se sentaron a nuestro lado mientras mi boca se llenaba del glande caliente.
Carlos estaba loco por tocarle los pechos a María, que se había sentado encima de él. Rebuscaba sus pezones y los estrujaba.
María miraba cómo entraba la polla en mi boca y más caliente se ponía.
Carlos se bajó los pantalones y ella, maravillada, se lanzó rápida y dulcemente.



Nos mirábamos cómo una y otra chupábamos y chupábamos. Lo hacíamos de rodillas, y ellos sentados en el sofá. Nos lanzábamos miradas pícaras y, de no haber sido porque teníamos la boca ocupada, hubiéramos reído a carcajadas.
María siempre me metía en embolados, pero éste me estaba gustando mucho. Me fijaba en ella, en cómo gemía y gemía, y eso me ponía más caliente a mí.



Ellos debían de estar acostumbrados a este tipo de experiencia, ya que iban muy coordinados. Al tiempo nos sacaron sus pollas de nuestras bocas y nos tumbaron en el sofá. A las dos nos colgaban las piernas por los brazos del sofá y nuestras caras se tocaban, y aprovechamos para comentar lo deliciosa que estaba siendo la noche, mientras ellos hundían sus lenguas calientes en nuestro sexo. María se corrió primero, y su melena rubia se mezcló con la mía mientras nuestras bocas gemían. Aún expulsaba bocanadas de aire, exhausta tras su orgasmo, cuando la boca de Carlos se juntó con la suya, y rozaba su cara con la mía.



Fueron pocos segundos, pero nuestras lenguas llegaron a mezclarse y olía en la boca de él el sexo de María, que tenía un gusto dulzón y agradable. Carlos nos besaba a una y a la otra, mientras Jorge jugaba con su lengua en mi clítoris hasta que alcancé mi segundo orgasmo.



Rápidamente, aún jadeando, noté mi olor, mezclado con la saliva de Jorge, hurgando en mi boca.
Estaba paladeando mis propios jugos cuando vi que María se levantaba ayudada por Carlos, que la ponía de rodillas en el sofá mirando a la pared. No tardé en verme en la misma posición, y ella y yo, juntas sin poder mirar atrás, nos mordíamos el cuello. En seguida María me soltó, y vi cómo se inclinaba hacia delante y hacia atrás acompasada por los movimientos de Carlos, que la jodía salvajemente.



Entonces noté un dedo de Jorge en mi boca, que él quería que chupase, y otro dedo hurgaba en mi clítoris excitado. Noté cómo la polla de Jorge me iba penetrando, y cuanto más yo quería hundir mi culo en su pubis para que me llegara más dentro, él más despacio me follaba. Oí cómo, en mi oreja, el aliento caliente de Jorge me decía:
–Poco a poco, muy poco a poco...
Yo no me resistía y aguantaba sus embestidas lentas y a veces profundas.
María estaba entonces desbocada con los movimientos de Carlos, y su rostro me pareció mas bello que nunca. María se corría y jadeaba, y yo no podía parar de mirarla.
Éramos amigas y estábamos follando juntas, corriéndonos juntas, sonriendo juntas.



Carlos fue el primero que se corrió, e hizo que Jorge, excitadísimo con la escena, se corriera mientras yo alcanzaba mi siguiente orgasmo.
La espalda de María, encorvada, le ofrecía a Carlos un beso que él le correspondió amorosamente.
Nos quedamos los cuatro allí tumbados en el sofá, unos abrazados y otros aún acoplados, hasta que Carlos dijo:
–¿Queríais alguna cosa para tomar?
María eligió una bebida y yo pedí otra, por lo que al momento se marcharon los dos hacia la cocina.



La sonrisa de María era ancha y la cara sonrosada no podía mostrar más felicidad.
–¡Mala puta! –le dije–. Cómo te gusta liarme –y le dediqué un guiño cómplice y divertido.
–Sí –me dijo ella–. No hay nada como empezar a follar como una loca para que los hombres quieran follarte a todas horas.
Y mientras esperábamos a que vinieran con las bebidas, nos atusamos el pelo una a la otra.



Autora: Jane Austen

5 comentarios:

  1. Me ha gustado.
    Para eso están las amigas, no sólo para ir de compras, para salir a comer, o cenar, y...
    La imagen del gayumbo en el sofá me resulta como autobigráfica, ¿muchos gayumbos en los sofás, Jane?

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  2. Avísame si te decides a algo así, me apuntaría seguro, ya tenemos edad de ir probando cosas buenas nenaaaa! Iríamos más seguras al no ir solas, donde creo que no lo haría, y sinó echaríamos una RISAS seguro, aunque sea bailando y cantando como las GRECAS o el SARANDONGA...jajaja
    Yo que estaba depre...con esta literatura se me ha abierto el...alma? jajaja.

    Maica (muá a todos y todas)

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  3. Tiberio, el gayumbo en el sofá, es la imagen del soltero independiente.Yo he tenido suerte y mis amantes tienen la casa como una patena,y cambian las sabanas para la " noche".Todo un detalle, nosotras no "exigimos" pero ellos nos otorgan orden.
    Y sí las amigas son para algo más que ir de compras, compartir un rato de sexo.No dicen que los amigos que follan juntos estan juntos siempre? pues si no lo dicen , lo digo yo.
    besitos.

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  4. Tiberio, sí, para eso también están las amigas. Ahora sólo queda encontrar amigos como ésos.

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  5. Maica, habría que preguntar a la autora en qué o en quién se inspiró.
    Si se te abre el alma -o cualquier otra cosa por aquí- me alegra saberlo.

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Me excitan las palabras... así es que no olvides dejar alguna.