A la tarde siguiente salí a pasear,
caminando lentamente debido a las magulladuras de mis rodillas y sin bicicleta,
que quedó en peor estado que yo.
Me encontré, intencionadamente por
supuesto, con aquel hombre de nalgas prietas que paseaba a sus perros. Me
preguntó por mis heridas y me invitó a enseñarme una parte del bosque. Accedí,
sin titubear.
Mientras nos íbamos adentrando más y
más en el bosque, él me iba hablando sobre las diferentes plantas que veíamos,
sobre los árboles, sobre las diferentes estaciones del año en aquel lugar,…Yo
apenas le escuchaba, no podía parar de imaginarle desnudo.
Llegamos a un pequeño claro del
bosque y me dijo que aquel era su rincón favorito, pues allí él se sentía
fusionado con la naturaleza. Le dije “¿me dejas que me fusione contigo”, y con
el bosque, por supuesto”. Sonrió, lo interpreté como un sí, y empecé a besarle
mientras le iba desnudando.
Me arrodillé frente a él, agarré su
pene y empecé a masturbarle. No tardó nada en reaccionar, y apoyó su trasero en
tronco tumbado cuando seguí mi juego con la boca.
Los perros, que parecía que se habían
acostumbrado demasiado rápido a nuestros juegos y gemidos, se alejaron
correteando. Sus ladridos sonaban cada vez más lejanos, y podíamos oir
perfectamente entonces el ruido de su pene en mi boca, de su respiración
agitada, como gimiendo, y yo saboreaba aquella verga maravillosamente erecta
mientras con mis manos masajeaba sus glúteos.
Antes de llegar a correrse, se tumbó
en aquel tronco y me pidió que me desnudase. Lo hice, alcé mis piernas y me
situé encima de él; con un profundo y certero empuje, mi vagina albergó
completamente lo que a mí se me antojaba como una maravilla más de la
naturaleza.
Apoyé mis piernas sobre el mismo
tronco y empecé a moverme, hacia adelante, hacia atrás,….me incorporaba
ligeramente haciendo que su pene saliese de mí pero no completamente, y volvía
a hundirme sobre él para sentirla más adentro, más profunda.
Movimientos lentos, rítmicos, que
cada vez iban acelerándose más, y ganando en profundidad. Me incorporé un poco
hacia atrás, mientras seguía cabalgando sobre él, y él empezó a masajear mi
clítoris,…
Cada vez me costaba más mantener el
control, y seguía mis vaivenes sobre él, y él acariciando con más decisión en
aquel punto mío de locura,…. Y entonces me sobrevino un orgasmo que me hizo
temblar de pies a cabeza, cerrar los ojos, morderme los labios, hincarle mis
uñas,….
Cuando acabamos me incorporé, me
temblaban las piernas y estaban algo arañadas por el roce con la madera. Él se
quedó tumbado en el mismo tronco en el que había sido mío y yo me levanté y me
tumbé en otro cercano.
Tumbada hacia arriba, mirando las
ramas mecerse, sintiendo algo pegajoso en mi espalda, probablemente resina, y
algo también pegajoso recorriendo el interior de mis muslos, sentí un
escalofrío. De placer.
Necesitaba más. Él estaba con los
ojos cerrados, exhausto, y no me atreví a pedírselo. Empecé a masturbarme,
sobre los restos de un muy reciente orgasmo, sobre un sexo abierto, lubricado,
satisfecho pero sediento a la vez,… Con una mano, me introducía dos dedos, una
y otra vez, y con la otra acariciaba mimosamente mi botón del placer.
Cuando creí que iba a estallar, él se
levantó, me cogió de los brazos y me puso en pie, y me arrinconó contra el
tronco, grande, gordo, robusto, vigoroso de otro árbol.
Con una fuerza que aún no había visto
en él, empezó a besarme, a lamerme, a morderme, a acariciar a la vez suave y a
la vez intensamente todas las partes de mi cuerpo, y me penetraba una y otra
vez, se aplastaba contra mí, haciendo que todas las vetas y marcas del árbol se
clavaran dolorosamente en mi espalda.
Todo era placer, sentir su lengua,
sus manos, su posesión,….todo. Nos
sobrevino la locura a la vez, en el instante en que él dejaba de acariciarme para
sujetarse con sus manos a aquel árbol para penetrarme con más profundidad, más
hondo…en el mismo instante también en que mis manos le apretaban hacia mí, para
sentirle más adentro.
Cuando de mi garganta salieron los
sonidos del placer, tuve una sensación que no había vivido nunca antes: la de
estar poseída por el bosque.