viernes, 27 de septiembre de 2013

Eau de Xox



Me resulta extraño ducharme sin usar jabón: ni gel de baño para el cuerpo ni champú para el cabello. Agua, simplemente agua. Nada que pueda aportar algún olor a mi cuerpo.
Tampoco utilizo la mascarilla del pelo. Quizás quede algo más áspero, pero intentaré suavizarlo usando el secador.
Hoy tampoco utilizo la leche corporal con la que tanto disfruto hidratando toda mi piel, y por supuesto tampoco el desodorante. Nada que impregne de algún olor mi cuerpo.

Me maquillo, pero ligeramente, nada recargado. Todas mis barras de carmín huelen a algo, así es que las descarto y simplemente pongo algo de vaselina sobre mis labios para darles algo de brillo.
Sobre mi cama está el vestido negro que me pondré, el conjunto de lencería negro también. Todas las prendas fueron lavadas previamente con sumo cuidado, sin detergente ni suavizante, con un programa extra de enjuagado en la lavadora. Ropa escogida y tratada para eliminar cualquier posible rastro de algún olor anterior.



Y ahora procedo a ponerme el perfume. Es un frasco muy pequeño, demasiado para lo mucho que he tenido que pagar por él. Y tengo que conseguir que su fragancia sea lo más pura posible, que ningún otro olor lo enmascare o lo empequeñezca.
Pienso dónde colocarme el perfume para que yo note su aroma, para que lo noten sobre todo quienes se acerquen a mí y sin ser excesivamente recargado. Este olor tan peculiar creo que puede tanto atraer como espantar.

Decido poner pequeñas gotas bajo mis orejas. Una gota entre mis pechos. Un par de gotas en cada una de las partes internas de mis muñecas. Alguien dijo también que en las corvas, la parte de atrás de las piernas alrededor de las rodillas, era un lugar en el que cualquier perfume permanecía durante mucho tiempo y además, quizás por el movimiento al caminar, ayudaba a diseminarlo.


Ese perfume empieza a embriagarme. No me resulta especialmente agradable, pero desagradable tampoco; mezcla de olor a dulce pero también a agrio…pero no importa, ése no es el cometido.
Continuo poniendo algunas gotas en mis tobillos y un par más alrededor de mi ombligo, dejando en este caso que se deslicen lentamente hacia abajo.
Creo que ya es más que suficiente. Compruebo que mi piel ha absorbido ya el perfume y procedo a vestirme. Lentamente, los zapatos de tacón para el final. Mientras lo hago pienso en cuántas mujeres habrán colaborado en la elaboración de este perfume único, y un escalofrío que no sé definir recorre mi cuerpo.
Intento apartar ese pensamiento de mi cabeza. Para qué. Nunca antes me había preguntado de qué elementos estaban compuestos otros perfumes, de qué aromas.
Estoy lista. Salgo a la calle. Creo que va a funcionar. Creo que voy a ser una mujer muy deseada esta noche. Y seré complaciente. Insaciable y a la vez saciadora.


Mientras entro en el ascensor me repito de nuevo que no debo pensar en las mujeres que contribuyeron a la creación de ese perfume, sino en la mujer que soy yo…a pesar de haberlo utilizado.
Me inspiré al leer esta noticia.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Por negocios o placer



Cuando el jefe nos dijo que teníamos que pasar dos semanas en Frankfurt, nunca pensé que Berta, mi compañera de despacho(bajita, de hermosos ojos marrones y un poco rellenita) me mostraría un mundo nuevo e inquietante, ni que pasara durante un tiempo a ser la única dueña de mi voluntad.
Después del primer día de trabajo, tedioso, rutinario aún en otro país y cuando el taxi nos traía de vuelta al hotel, sentada a mi lado por primera vez tan cerca, pude ver cómo bajo su blusa semitransparente y bajo un (ahora lo noté) tremendo escote palpitaban unos voluminosos pechos e incluso me pareció vislumbrar las rugosidades de unos oscuros y enormes  pezones.
Ella nunca me había mirado así. Sí, cuando levanté la vista de sus pechos Berta me miraba fijamente con una sonrisa burlona y sin ninguna clase de rubor, me dijo: “ ¿Te gusta lo que ves?
 Acto seguido abrió sus piernas , embutidas en una falda ahora muy subida, mostrándome su pubis al que a duras penas tapaba la tira de un tanga que se veía engullida por unos voluminosos labios mayores.
Yo sentí que la cabeza me ardía a la vez que noté una tremenda presión en mi entrepierna. Berta sonriente acarició mi pene por encima del pantalón definiendo el tronco palpitante que se extendía, pegado a mi vientre, hasta tocar el ombligo.
Ella dijo: “Por ahora ya es suficiente. Luego te llamaré y subirás a mi habitación”.
Sin dudarlo asentí automáticamente, experimenté una sensación muy agradable al saber que Berta había tomado el mando y tanto mi sexo, absolutamente inflamado, como mi enfebrecida conciencia se sometían a su mandato.

Fue una espera larga. Después de pedir la cena en la habitación que apenas probé y de que mi erección, ya desaparecida, hubiera dejado paso a una sensación de fuerte pesadez en mis testículos,  por fin una llamada muy escueta:  “Te espero”.
Cuando entré en su habitación ella me recibió semidesnuda, vestida tan sólo con unas bragas tanga tan altas de tiro que incluso cubrían parte de su vientre, eran de color negro al igual que unas botas altas de cuero por encima de las rodillas con enorme tacón; el volumen de sus tetas era increíble y me moría por tenerlas, grandes, caídas sobre su torso.
Ante la visión de mi compañera quedé estupefacto, lo que primero reaccionó en mí fue mi polla con una vigorosa erección. Ella la notó en mi rostro e inmediatamente cerró la puerta tras de mí y me dijo que me desnudara. Yo, aunque aturdido, me apresuré a hacerlo atropelladamente. No deseaba nada que ella no me pidiera, sólo estaba atento a cumplir sus órdenes y así lo hice. En cuanto estuve desnudo me ordenó que uniera mis manos en mi espalda atándome las muñecas por detrás. Me hizo permanecer de pie, erguido, separándome las piernas y con los brazos detrás atados. De esta forma mi sexo, muy inflamado, quedaba totalmente expuesto. Ella me dejó así, ordenándome que no me moviera pasara lo que pasara. Berta tomó asiento en una silla justo enfrente de mí, muy cerca, y mirándome fijamente empezó a acariciarse sus enormes pezones tirando suavemente de uno de ellos.


Mientras ella se reía pude observar cómo la humedad de su sexo había empapado el breve tejido de su tanga y también cómo de su coño pendían hilos de fluido que impregnaban la silla donde estaba sentada. En ese momento se levantó, se quitó las bragas. Sin dejar de mirarme con sus hermosos ojos marrones, sin dejar de sonreír burlonamente, se sentó de nuevo levantando y abriendo al máximo sus piernas, exhibiendo su pubis rasurado y rebosante de unos  labios hinchados, labios que ella abrió con sus manos mostrándome su vagina y su clítoris prominente y rotundo. Siempre sin dejar de sonreír agarró su erecto clítoris y se masturbó suavemente de arriba abajo, ya que el tamaño se lo permitía.
Toda esta visión de Berta empapada me provocó una extraña eyaculación sin orgasmo. De la punta de mi pene empezó, con lentitud, a brotar semen que iba cayendo al suelo. No podía más. Entonces supliqué que me follara. Ella soltó una carcajada y dijo:
-Tranquilo, sé cómo solucionar eso.

Se acercó, mis huevos colgados e hinchados me iban a reventar y ahí fue precisamente donde ella se fijó y tras agarrarlos con una mano y retorcerlos me propinó un golpe seco con su rodilla. El dolor fue insoportable. Caí de rodillas y ella, sujetándome la cabeza mientras me besaba, me susurró:
Nunca más soltarás una gota de semen sin mi permiso.
Al poco tiempo el dolor pasó a ser una sensación cálida en mi bajo vientre que aumentó de nuevo mi erección. Me ordenó que me tumbara y teniendo mis manos atadas a la espalda, ella posó su sexo en mi cara y desde la nariz hasta mi barbilla fue refregando su vulva sobre mi rostro. Yo tragaba golosamente sus fluidos pero eran tan abundantes que casi no daba a hacerlo.
Ella se mantenía a horcajadas sobre mí. Dulcemente cabalgaba cuando empezó a gemir cada vez más fuertemente. Yo intuía ya el final de todo esto. En esos momentos mis huevos ejercían una presión ya insoportable, cuando de pronto ella paró apretándose fuertemente contra mi boca. Tras un largo instante emitió un fuerte suspiro a la vez que un torrente de dulce jugo cayó directamente en mi boca.
Inmediatamente inició una serie de fuertes convulsiones, con bruscas e intermitentes sacudidas que me giraban el cuello,violentamente.

Su sexo me golpeó en la cara con rudeza durante un rato y casi no podía respirar.
Cuando abandonada a un orgasmo severo me apretaba entre sus muslos, me asfixió, me golpeó con sus puños en mis doloridos huevos, me arañó presa de un arrebato incontrolable. Y tras medio minuto de sacudidas se dejó caer exhausta hacia un lado quedándose dormida o en un dulce letargo aproximado de diez minutos.
Durante ese período y contemplándola derrumbada, mojada, con sus pechos desparramados sobre mis pantorrillas, estuve a punto, varias veces, de correrme, pero recordé sus órdenes y me contuve.
Ella despertó y me miró. Sonrió. Se puso sobre mí y, a la vez que se sentaba sobre mi polla y empezaba una serie de subidas y bajadas, follándome con su enorme y lubricado coño, sabedora de que no aguantaría más embestidas, se retiró y agarrando mi polla y tras ponerla encima de su lengua me ordenó correrme. Yo lo hice, sobre su boca resbaló un gran torrente de semen.
Ella, divertida, me miraba y de tanto en tanto, con la punta de la lengua lo tragaba mostrándomelo.
Cuando me hube corrido me limpió con esmero lamiendo todos los restos de leche de mis huevos y muslos y los tragó mostrándomelo con deleite.



Desde entonces cuando trabajamos en la oficina no dejo de estar pendiente de sus comentarios, y no es raro que experimente fuertes erecciones cuando ella me pide que le archive algún expediente o que le alcance la grapadora.

Este relato ha sido cedido para el blog por una persona que es muy especial para mí, porque me pone de cero a cien en segundos.

viernes, 20 de septiembre de 2013

Comer y rascar





No sé de qué rama de la familia viene, pero en mi casa la expresión “Comer y rascar todo es empezar” la he oído infinidad de veces.
Creo que quiere decir algo así como que cuando empiezas a comer, tengas más o menos hambre, te gusta lo que hay en el plato y te lo comes, estás en buena compañía, sigues comiendo, te encanta el postre, y si es una reunión de amigos por ejemplo, después se hacen unas palomitas, se sacan unas galletas,…o sea, que no tenías mucha hambre pero todo era ponerse y ale, a comer y comer.


Y con el rascar sucede lo mismo. Como te pique algo y te rasques, ya no paras…eso pica más y más, y venga a rascarte. Si es por ejemplo una picadura de insecto,  es como un efecto boomerang; al rascarte, se inflama más la picadura y más pica, entonces más te rascas, y más pica… y una vez has empezado, todo es rascar.


Creo que en el sexo sucede algo similar. Hay personas que se conforman o se tienen que conformar con follar una vez a la semana (incluso una al mes! Jajaja, que conste que me río por no llorar).
Pero si la cosa se reactiva por alguna causa – aumento de la líbido, cambio de pareja,…- entonces se pasa a follar más. Y luego te apetece más… y sé de personas que cuanto más sexo viven y disfrutan, más necesitan. Quizás en follar, también sea todo empezar.
Pero también debe suceder a la inversa. Cuanto más comes, más se ensancha el estómago, y cada vez necesitas más cantidad de comida para quedar saciado. Y a la inversa, cuanto menos comes, menos necesitas comer. Aunque regular todo esto no creo que sea tarea fácil.
Por tanto, ¿será también que cuanto menos follas menos lo necesitas? ¿O quizás es que la líbido sea como el estómago, que crece o decrece según lo alimentemos?
Yo creo que sí, y que el refrán tendría que decir “comer, rascar y follar, todo es empezar”.
En cualquier caso, un día de éstos tendré que darme un atracón, un gran empacho…porque, aunque ya he llegado a no pasar tanta hambre a fuerza de ni comer ni rascar, sí que es verdad que cuesta mucho regularlo.



Ah, ¿alguien pensaba que hablaba de la comida? Puede que sí.



miércoles, 18 de septiembre de 2013

Animalotes

Fue el último fin de semana antes de empezar el colegio. Nos juntamos las chicas, las cinco amigas de siempre, y los churumbeles de algunas de ellas, y decidimos pasar un día en el zoo.
Como los animales del zoo, nuestro grupo también era bastante variopinto.

María. Está casada desde hace diez años y vino con sus dos hijos. Carmen, divorciada desde hace un año. Vino con su hija. Luisa, lesbiana declarada de toda la vida. Tere, que está en trámites de separación y vino con sus dos hijos. Y luego….bueno, luego estaba yo.
Pasamos un día increíble, divertido pero agotador. Vimos todos los animales: los elefantes, las jirafas, los cocodrilos, los monos, los delfines,…. De arriba para abajo y de abajo para arriba, sin parar.
Al caer la tarde, nos sentamos en un parque; los niños merendaron y se pusieron a jugar y entonces fue nuestro rato de relax.

¡Qué de animales, madre!” –decía Carmen, la alegre divorciada- Chicas, si los hombres fuesen animales, ¿cuál sería vuestro animal favorito?”
Los hombres ya son unos animales”- replicó Luisa, nuestra lesbiana.
Risas, unos instantes de reflexión y cada cual dio su respuesta.

María, la casada, dijo que su animal-hombre favorito sería el lobo. Sería un amante perfecto: su fiereza debería dejarse ver en la cama, por otra parte si era parecido al perro sería leal, y por aquello de su conversión en noches de luna llena, envolvería la relación en un halo de misterio.


Carmen, la divorciada, dijo que su animal-hombre favorito sería el toro. El toro sería un amante fiero y que además llevaría con mucho orgullo sus cuernos. Y cuando ella se cansase de darle puyazos, vendría el toque de gracia final.

Luisa, la lesbiana, dijo que su hombre-animal ideal sería el sapo. Ante nuestro semblante expectante, nos contó que así no tendría que besarlo jamás, no se convertiría en un apuesto príncipe y se quedaría de asqueroso sapo para el resto de sus días.


Tere, que se está separando actualmente y no está siendo fácil, dijo que su hombre-animal perfecto sería el cerdo. Todo sabroso y además se puede aprovechar de él todo, todo.


Coño! Me tocaba a mí y tenía dos animales en mente, aún no había elegido. “Veréis: no sé si sería un hombre-serpiente, que se enroscase a mí, de la cabeza a los pies, recorriéndome entera mientras me apretase hasta casi hacerme perder la respiración. O por otra parte, quizás el ideal fuese el hombre-pulpo, con un montón de brazos-tentáculos para tocarme por todas partes, y simultáneamente



Las chicas se quedaron sin decir nada, no estoy muy segura de si eso era una señal de asentimiento, aprobación o admiración. Y seguí: “Pero no me negaréis que el hombre ideal es el gorila


jueves, 12 de septiembre de 2013

Lo simple

"A veces nos empecinamos en las dudosas promesas de lo sofisticado sin percatarnos de la contundente riqueza de lo más simple."


(Autor: Frase profunda de Belkis cuando no ha dormido bien).






domingo, 1 de septiembre de 2013

El puto genio



Estaba yo plácidamente tumbada en la playa, tomando el sol, cuando toqué algo duro debajo de mi toalla. Me incorporé, me senté en la toalla y desenterré aquello. Cuál no sería mi sorpresa al ver que era una lámpara maravillosa. Como explican los cuentos, se suponía que tendría que frotarla para que apareciese un genio y me concediese al menos un deseo.

Empecé a frotar lo que parecía el pitorro de una tetera. No sucedía nada. Me dio en pensar que el genio podía tener allí metida la polla, y entonces acaricié la lámpara con más mimo, y finalmente le di unos lametones. Cuando ya tenía la lengua áspera por la arena que tenía adherida y por el sabor a hojalata, salió una especie de humo azul, y en medio de esa nebulosa apareció un genio. Me dijo: “Vaya mamada! Te iba a conceder un deseo, pero por el gustazo y el morbazo, te concedo tres!”. Qué generoso, pensé.

Estuve pensando si debía pedir, por ejemplo, la paz mundial, que se acabase el paro en España y finiquitar mi hipoteca y el resto de mis deudas. Pero me parecía demasiado guasón el genio ése como para pedir nada serio. Así es que, como primer deseo, le pedí ser una tía despampanante.

Y flash! Humo, un ruido extraño y aparecí en una habitación en penumbra, con un espejo delante. Pude comprobar que realmente estaba bien, estaba buena, buenorra. Pero claro, no concreté más el deseo, y que me dejase allí mismo en la playa.
Así es que cuando pedí el segundo, intenté concretar un poco más: “Deseo seguir estando así de espléndida y tener un ejército de hombres a mi disposición, que todos ellos quieran investigar cada rincón de mi cuerpo y que le den gustito a mi punto G”.
Flashh! Humo, ruidos de fanfarrias y me encontré tumbada, con cientos, quizás miles de hombres empezando a explorar mi cuerpo. Otra vez no fui quizás lo suficientemente precisa y resultó que esos hombres eran de un tamaño minúsculo, quizás no superasen los cinco centímetros.


Empezaron a recorrerme por todas partes pero yo apenas sentía un leve cosquilleo, como si me recorriese una hilera de hormigas.
Entonces decidieron mandar a una expedición a explorar lo que se les debía asemejar una honda y húmeda gruta, mi vagina. Unos cuantos de ellos se deslizaban, como si del tobogán de una piscina se tratase, desde mi clítoris hacia abajo, uno detrás de otro, y volvían a subir de nuevo, apoyándose en mi vello púbico.
Mientras tanto, otros dos hombrecillos se tumbaban y saltaban encima de mis pezones.

Los exploradores vaginales estaban empezando a darme placer, pero no era suficiente. Entonces, el que parecía el jefe de la expedición, ordenó a unos cuantos hombres que se montasen en el jeep y se introdujeran dentro a toda velocidad. Sentí cómo el vehículo se desplazaba en mi interior, a gran velocidad, marcha adelante y marcha atrás, y cómo topaban con las paredes, y entonces al fin me corrí.
Cuando lograron salir, los hombres estaban afectados y algo magullados, y el vehículo quedó para siniestro total.

Y llegó el momento de pedir mi tercer deseo, intentando concretar al máximo: “Deseo que todos estos hombrecillos se conviertan en hombres tamaño estándar, que sea también estándar todos sus miembros, y que se vuelvan todos locos por follarme, y que reaparezcamos de nuevo en la playa”.
Flashhh!!!  Un ruido ensordecedor, y la nebulosa de humo volvió a meterse, con genio incluido, en su lámpara. Pero esta vez el genio acertó. Y allí estaba yo, rodeada de cientos de hombres que me manoseaban y que querían follarme. Una gozada de deseo.


No sé cuánto tiempo tardaría en follármelos a todos, pero cuando iba ya por el sexto, empecé a sentirme cansada. Y entonces sonó una alarma. No me lo podía creer: ¿así iba a acabar mi deseo? Aún me quedaban muchos hombres!

La alarma no paró de sonar hasta que me percaté de que estaba soñando, paré el despertador y me fui rápidamente para la ducha. No fuese a ser que tuviese que enfrentarme ya el primer día después de vacaciones al puto genio de mi jefe por llegar tarde.