viernes, 31 de agosto de 2012

Examen de septiembre





Ahora en el mes de septiembre, muchos estudiantes se examinarán de asignaturas que les quedaron pendientes antes del verano, tiempo en el cual se supone que habrán hincado los codos. Algunos recuperarán materia y a otros les tocará repetir curso. Antes se les llamaban exámenes de repesca.

Yo tengo una materia suspendida. Aunque saqué alguna buena nota, la media no fue suficiente para aprobar. Creo que saqué un Bien-Alto (casi notable) en una cita, un Notable en una felación, un Aprobado justito en relaciones y un Cate (suspenso) como una catedral en oportunidades.

Esta mañana leía mi horóscopo. No creo casi nada en estas cuestiones pero por las mañanas, mi café y mi cigarro de rigor, y pensar en algo que no sea muy profundo me ayudan a abordar el día con más fuerza, así es que en ocasiones leer el horóscopo me parece algo suficientemente poco profundo.
Y decía que, para los nativos de mi signo, con la luna llena en él (luna azul la llaman por ser la segunda que se produce en este mes, aunque no veo la relación con el nombre) tenemos una sensualidad muy acentuada y que deberíamos aprovecharla pues seremos muy atrayentes para los demás. Lo primero que pienso es llamar a mi madre a ver si, después de varias décadas, resulta que me mintió en cuanto a mi fecha de nacimiento.

Descartada esta posibilidad, intento encontrar mi sensualidad y mi capacidad de seducción. Y caigo en la cuenta de que en el mes de septiembre tengo varios “exámenes”. Tengo tres posibles candidatos para citas acordadas. No creo que apruebe. El “No Presentado” también es una nota que se suele poner en las actas de calificaciones.

No es correcto ni ético y además desgasta mucho presentarte a un examen para el que no te has preparado, donde sabes que el examinador será muy exigente y espera unos resultados muy por encima de tus posibilidades, sabes qué te quedarás en blanco y no sabrás cómo continuar, donde no hay chuletas que valgan, donde la memoria tampoco ayudará mucho.
Visto lo visto, creo que hay que ser coherentes, avisar “al examinador” de que no se moleste porque no me voy a presentar y afrontar con la mayor moral posible que hay que repetir curso. Quizás el año que viene, aunque no logre una Matrícula de Honor, lo apruebe todo y así me regalen la bici prometida.


jueves, 30 de agosto de 2012

Cuerdas



Cuando me libere de mis más fuertes ataduras, dejaré que me ates.
















martes, 28 de agosto de 2012

Desprestigio







He leído bastante y en diferentes sitios razonamientos que desprestigian la postura del misionero a la hora de realizar el acto sexual, centrándose básicamente en que la penetración no es todo lo profunda que debiera ser, que si el hombre disfruta más que la mujer y que si la mujer adquiere entonces un papel bastante pasivo.

Otros argumentos, quizás más románticos, la defienden argumentando sobre todo que permite que ambos puedan mirarse a los ojos y maravillarse con las expresiones de placer del rostro, o que si es la postura más idónea para la concepción, sobre todo si se refuerza colocando un cojín o almohada bajo el trasero o lumbares de ella.

Creo que nadie tiene la verdad absoluta, ni siquiera uno mismo sobre lo que a uno mismo le gusta. En ciertas ocasiones nos puede gustar y apetecer mucho esta postura, y en otras, no tanto. Y dependerá de muchos factores empezando por quién sea nuestro acompañante en la cama.

A mí me parece que esta postura se está desprestigiando y que, sin embargo, sigue siendo de las más utilizadas. Como debe ser de las posturas sexuales más antiguamente conocidas, ahora parece que queda ser muy modernos decir que utilizamos otras y que otras son mejores. Que tampoco lo descarto.
He aquí mi granito de arena para, si no potenciar el uso de la postura del misionero, sí intentar devolverle el prestigio que se merece. ¿O acaso creéis que exista alguna postura sexual que se merezca ser desprestigiada y rechazada?

Personalmente, me gusta ver la cara de quién me está follando y ver cómo se transforma y cómo transmite esfuerzo, placer, relajación.
Me pone sentir su peso sobre mí, aplastándome las tetas, mientras me besa el cuello. Y sentir ese peso, totalmente sobre mí, cuando él termina y se desploma encima de mí. ¿Por qué? Ni idea, a ver si hay que buscarle explicación a todas las sensaciones.
La penetración me parece, generalmente, lo suficientemente profunda sobre todo si el terreno ha sido preparado anteriormente con los debidos e imprescindibles preliminares. En ocasiones, sobre todo si él intenta ir más despacio para que “la cosa” dure más, rodeo su cintura con mis piernas, lo atraigo hacia mí, y muevo mis caderas contra él marcando yo el ritmo o guiándole para que acelere ya. O sea, mucha inactividad tampoco hay.

Creo que es la mejor postura para una primera vez con alguien, da confianza. Eso sí, después probar otras posturas y, aunque unas nos produzcan más placer o más morbo que otras, no dejar de utilizar las demás. Ese juego nos permitirá explorarnos y conocernos mejor y no caer en el aburrimiento y la monotonía.


sábado, 25 de agosto de 2012

Egoísmo (2ª parte)





La puta de la rotonda

Pasaron varias semanas desde aquella conversación, e incluso creo que todos y todas la habíamos olvidado cuando empezó a correr por la empresa el rumor de que en la quinta rotonda (hay cinco rotondas para abandonar el complejo de edificios donde trabajo) había una prostituta. Fue un escándalo ya que por aquella zona, toda repleta de gente culta, cultivada y elegante (hipócritas también), no era habitual y nunca se había visto ni oído nada igual. Poco tardaron los directivos de la empresa en enviar al cuerpo de seguridad interno a invitar amablemente a la prostituta a que se alejase de allí, y poco tardaron también en avisar a las autoridades cuando la puta, una vez expulsada por los vigilantes de seguridad, volvía una y otra vez…a la quinta rotonda.

Supongo que eligió la quinta porque era la última antes de abandonar el complejo, donde era más fácil captar clientes, y porque era la más amplia y un coche podría apartarse a un lado para contratar sus servicios sin entorpecer la circulación.

Ya llevaba existiendo el rumor de la puta de la rotonda más de dos semanas cuando la vi por primera vez y eso que yo, como todos los que allí estamos diariamente, tenemos que pasar forzosamente por esa rotonda para abandonar las instalaciones. Supongo que cuando yo pasaba por allí, ella debería estar haciendo algún servicio. Era una mujer joven, de veintitantos años, con una buena figura, parecía muy atractiva. La imaginé dedicándose a otros menesteres como recepcionista, o relaciones públicas, o azafata…tenía el típico aspecto atractivo de las atractivas mujeres que suelen dedicarse a profesiones así.

Al día siguiente, casualmente, la volví a ver y sin saber por qué me paré frente a ella, no sin antes comprobar que apenas había tráfico en la rotonda, pues yo salí de trabajar tres horas más tarde de lo habitual por un problema urgente que hubo que resolver.
Iniciamos la conversación para cerrar un trato:
- Hola- le dije- ¿Te lo haces también con mujeres?
- Querida –dijo, con un acento que me sonaba a ruso o algo así-, yo lo hago con quien me pague.
- Y cuánto cobras, por ejemplo, por…comerme el coño?- zas, lo solté. ¿Qué me estaba pasando? ¿Quizás quería resolver mis dudas sobre aquel tema de conversación de semanas anteriores?
- Mira, por eso te voy a cobrar 30 euros, o lo que es lo mismo, media hora. Si en media hora no te corres, cosa que dudo, tú decides si lo dejamos o si quieres pagar más.
- Y si me corro en cinco minutos? – yo quería estar al tanto de todas las posibilidades.
- Jajajaja –rió la guapa puta, posiblemente rusa- Estoy segura de que te correrás muy rapidito, pero entonces si tienes más ganas, sigo trabajando el resto de la media hora.
- ¿Y dónde lo hacemos?- pregunté torpemente.
- En tu coche mismo, si no tienes problema. Yo no tengo sitio; si quieres ir a una habitación, tendrás que pagarla tú aparte.
Reflexioné unos segundos:
- No, en el coche está bien, sube

Mientras circulaba hacia un descampado que había en las afueras, le expliqué a Ylenia –ése era su nombre- que yo sólo sentía curiosidad, que no sabía si podría llegar hasta el final y que no esperase en absoluto que yo la correspondiese. Ella me dijo que su trabajo consistía en eso y, como en todos los trabajos “creativos”, unas veces salía mejor que otras. Miraba algo preocupada por la ventanilla; le dije que no se preocupase y que al acabar la llevaría al mismo sitio o donde ella me indicase.

Llegamos, paré el motor, y dejé conectados el aire acondicionado y la música. Bajamos del coche, retiramos el asiento del copiloto hacia atrás, reclinamos el respaldo, y yo me senté en él. Delante, arrodillada y encogida se colocó Ylenia. Se inclinó hacia mí, con intención de besarme en los labios pero yo retiré la cabeza. No sentía ningún deseo por ella, a pesar de que era muy atractiva pero no quería que me besase.  Ella pareció entenderlo, besó mi cuello y luego desabrochó mi blusa y sacó uno de mis pechos por encima incluso del sostén. Empezó a pellizcar uno de mis pezones, que endureció enseguida pero yo seguía sin sentir demasiada excitación y evidentemente ningún deseo hacia ella.


Ella subió mi falda, me sacó las bragas, y acarició mi coño con la palma de su mano. Después se llevó la mano a la nariz, aspiró y luego lamió uno de sus dedos. “Me vas a saber a gloria”, me dijo, y me excitó el tono en que lo hizo. Empezó a masturbarme, con sus finos pero hábiles dedos, y entonces empecé a sentir placer aunque yo seguía estando algo tensa. Ella lo percibió y me dijo que cerrase los ojos si me sentía más cómoda. Y entonces me abandoné. Y sentí cómo los dedos de Ylenia acariciaban toda mi raja, de arriba abajo, cómo se iba deteniendo cada vez más y mejor en mi clítoris, y cuando empezó a apretarme más y más rápido y yo creí volverme loca de placer, introdujo dos dedos de su otra mano en mi vagina y me penetró con ellos mientras me acababa de masturbar con los otros.

Me relajé entonces. Ylenia se agachó aún más en el escaso espacio que tenía y antes de que yo me hubiese recuperado, empezó a lamer mi coño. Di un pequeño respingo ante la sensación de sentir su lengua húmeda y experta. No sabía adónde mirar y miré hacia el reloj del panel de mando; sólo habían transcurrido diez de mis treinta minutos contratados.
Me daba algo de apuro pero finalmente incliné mi cuello y bajé la mirada hasta mi coño, y me excitó ver cómo Ylenia se recreaba en él, hasta el punto de que hasta ella parecía disfrutar. Ylenia lamía mi coño, de arriba a abajo, primero suavemente, luego presionando más con su lengua. Luego la dirigía hacia el clítoris, y ahí yo creía volverme loca. Y cada vez que parecía que me iba a correr, y ella debía notarlo, cambiaba de táctica. Y entonces pasaba a lamer y mordisquear suavemente mis labios (vaginales), o introducía su lengua en mi vagina tanto como podía, y me follaba con ella.
Yo me retorcía de placer constantemente, y la miraba, y le pedía más, y acabé abriendo más mis piernas y sujetando la cabeza de Ylenia para acompañarla en sus movimientos o apretándola más contra mi coño, para que ella percibiese cómo estaba yo y que necesitaba correrme urgentemente. Ése fue mi único contacto físico hacia su persona.

Ylenia, porque era mujer o porque era prostituta, no estoy segura, sabía verdaderamente cómo comer un coño. Al menos, cómo hacerlo con el mío. Me estaban practicando el mejor cunnilingus que me hubiesen hecho en mi vida y me lo estaba haciendo otra mujer. ¿Quizás se confirmaba mi teoría?
En una de esas ocasiones en que Ylenia chupaba y lamía magistralmente con su lengua mi clítoris, y yo iba a correrme, volvió a recrearse en otro punto. No sé si pretendía incrementar mi excitación o alargar más la llegada al placer extremo; en cualquier caso, estaba consiguiendo ambas cosas. Pero en esa última ocasión, no pude más, sujeté su cabeza, la volví a llevar al centro que me interesaba y le pedí, casi suplicante, que no parase. Ylenia agitó y convulsionó mi clítoris hasta límites insospechados. Me corrí en su boca, agarrando fuertemente el sujetabrazos del coche mientras ella sujetaba mis caderas y me atraía más hacia su boca.



Cuando recuperé el aliento, volví a mirar el reloj por no mirar a otra parte, ya que el tiempo en aquellos momentos me importaba realmente un bledo. Veintiocho minutos. Todo casi perfectamente cronometrado.
Bajé la ventanilla del coche y me encendí un cigarro, ofreciéndole uno a Ylenia, que también aceptó. Le pedí disculpas por no haberla correspondido, pero ya le había explicado anteriormente los motivos. Me dijo que lo entendía perfectamente. Le comenté que quizás pareciese una actitud algo egoísta por mi parte pero que no podía sentirlo de otra manera. Ella rió y me dijo que había hecho lo correcto. No hubo egoísmo, al menos no en aquella ocasión; yo contraté unos servicios y pagué por ello. Lo único que debía esperar es que los servicios fuesen cumplidos según mis expectativas.
Le pregunté, si quería satisfacer mi curiosidad, si a ella le había gustado. Ylenia me explicó que en su trabajo no podía elegir lo que le gustaba o lo que no; tenía que aceptar el trabajo y los servicios tal y como le viniesen, le gustasen o no. Me explicó también que aquel día en concreto se había follado a tres inexpertos adolescentes y que le había practicado ambas mamadas a dos tipos barrigones y poco educados. Así es que acabar el día, comiéndose “mi delicioso y aromático coño” (así lo llamó ella), fue la mejor manera de acabar el día, así es que se iba para casa.
La acompañé hasta una parada de autobús cercana. No he vuelto a sentir nunca más deseos por probar con una mujer, siguen sin atraerme lo más mínimo. Satisfice una duda: creo que las mujeres practican los mejores cunnilingus. Pero me sigue matando de deseo la reciprocidad, dar y recibir al mismo tiempo, y con un hombre. 

jueves, 23 de agosto de 2012

Egoísmo (1ª parte)





Estábamos un grupo de amigos tomando unas copas y surgió el tema de las fantasías sexuales. Uno decía que le encantaría hacérselo con una mujer en un taxi, mientras el conductor circulaba y los observaba de reojo a través del espejo retrovisor. Otra decía que la ponía el hecho de que los perros se queden “enganchados” en el acto sexual, ella creía que eso debía alargar considerablemente el orgasmo. La fantasía más recurrente fue la de los tríos, donde un tío quería montárselo con dos tías y una tía con dos tíos. Y casi todos estábamos de acuerdo en que el tercer participante de un trío, el que fuese de nuestro mismo sexo, tendría que ser bisexual, porque casi ninguno ni ninguna parecíamos dispuestos a montárnoslo con alguien de nuestro mismo sexo.

Y esto nos llevó a tratar el tema de si alguien, hombre o mujer, considerándose heterosexual, podría sentir deseos de practicar sexo con alguien de su mismo sexo, al menos alguna vez, por satisfacer alguna curiosidad o fantasía dormida. En un principio, todos y todas lo negaron.
Yo insistí: “Vamos, pensadlo en serio y sed sinceros. ¿Quién mejor que una mujer para comer un coño o quién mejor un hombre para chupar una polla?”. Tras un breve silencio, que pareció pesado y eterno, alguno de los chicos admitió que alguna vez le gustaría follarle el culo a un tío, por curiosidad, por oir gemir a un hombre, pero que no sentía atracción hacia ellos, de hecho no quería que ningún hombre le tocase. Y algunas de las chicas admitimos que era una fantasía también posible, que una mujer te comiese el coño, pero casi todas estábamos de acuerdo en que no podríamos hacerle lo mismo a ella, o sea que nos dejaríamos hacer y punto, a disfrutar. 

Parecía una actitud muy egoísta, y de hecho quizás lo era, pero ninguna admitió que estuviese dispuesta a corresponder a otra mujer en la cama aunque sí a dejarse llevar.
Empezamos a debatir sobre si esto era o no egoísmo puro y duro. No llegamos a ninguna conclusión pues vino el camarero con la nueva ronda de copas, y el tema se desvió hacia otro lado.



lunes, 20 de agosto de 2012

Reseñable o destacable



Se acabaron mis vacaciones, aunque aún me quedan algunos días de estar por casa, sin ir a la oficina.
Y como prometí a no recuerdo quién, contaré lo más reseñable de ellas. Si alguien espera que cuente cómo follé cómo una loca bajo un cielo repleto de estrellas, o cómo me lo monté con un tipo en un coche como si fuese una adolescente, que deje de leer aquí. No ha sucedido nada de eso, desgraciadamente. De hecho, no ha sucedido nada de nada. Supongo que en parte ha sido porque viajaba con dos maletas bien cargadas: en una, mis kilitos de más, y en la otra, unos cuantos familiares que me acompañaban. Si casi no he tenido tiempo, espacio ni intimidad para masturbarme! Joer.

Al día siguiente de llegar me compré un bikini. Negro. No me lo probé. Cuando llegué a casa, vi que era más pequeño de lo que yo necesitaba. Aún así me lo enfundé y me fui a la piscina. Podía llamar la atención de alguien que pensase que me sentaba como el culo de mal, o la de alguien que pensase que yo no estaba tan mal del todo. Ni lo uno ni lo otro. Varios días de piscina y fui totalmente invisible ante el mundo.

Volví a la cocteleria donde fui el año pasado y pedí el mismo cóctel, aquel que supuestamente debía llamarse Belkis. Cuando iba a averiguarlo, vi al dueño del local y el que preparaba realmente los cócteles, pues montaron una barra en la terraza y la clientela podía ver cómo los preparaba. Se me olvidó el nombre, el sabor y todo lo demás…. Sólo imaginaba al tipo aquel haciéndome y haciéndole todo tipo de guarrerías.

Otra cosa es que vi a un rollito de verano que tuve una vez, hace ya siglos y siglos. De hecho, estuvimos enrollados durante cinco veranos seguidos. El último verano que estuvimos juntos a mí me quedaba un año para acabar la carrera. Sólo esperaba que él me pidiese que me quedase, o que volviese, y lo hubiese hecho con los ojos cerrados. Y sin decirlo, parecía que así iba a ser. Dos meses después de mi marcha, dejó embarazada a una chica y se casó con ella. Tuvieron hijos, hizo su vida como pudo, no sé si logró ser feliz y nunca volví a verle.
Nunca hasta este verano en que yo sabía por mi madre que él trabajaba en la casa del vecino de al lado, haciendo unas reformas. Lo que no podía esperar es que yo saliese a tender una lavadora, con unas pintas de maruja insoportables, y que me lo encontrase en el tejado. Nos miramos a los ojos, nos dijimos hola (sólo eso, después de muchísimos años sin vernos) y nada más. Volví para adentro y les dije a las féminas de la familia que debería salir, enchufarme la manguera de regar el huerto, darme un remojón, remarcar mis pezones, y enseñarle lo que se perdió por tonto. Podía hacerlo disimuladamente jugando con los niños de la familia y haciendo ver que eran ellos quienes me mojaban, sin intención alguna. Nos sirvió para echar unas buenas risas, pero nada más.



Una noche en la discoteca me reencontré con Santi. Es un chico del pueblo que salía en nuestra pandilla cuando éramos jóvenes, aunque yo sólo lo veía de verano en verano. Nunca tuvimos nada; a mí me gustaba pero nunca le vi ningún acercamiento especial hacia mí. Me encantó volver a verle, recordamos viejos tiempos y nos intercambiamos nuestros números de teléfono.
Al cabo de pocas noches salí. Esta vez sola. Decidí que más valía salir sola que mal acompañada. Me costó alguna que otra discusión; aún existen lugares de nuestra España profunda donde sigue estando mal visto que una mujer salga sola, de noche, y fume y beba. Pero lo hice. Le mandé un sms a Santi preguntándole si iba a ir a la disco. Y me dijo que no, que estaba ya en la cama. Eran las tres de la mañana, pero estábamos en fiestas. Estaba algo depre pues hacía una semana nada más que lo había dejado con su chica. No le dije que estaba sola, al fin! Y que me encantaría pasar con él un buen rato. Se lo dije al día siguiente. Santi dijo “Joder”, la primera vez que le he oído decir un taco. Presiento que volveremos a vernos.

Y esto es todo lo destacable. Como decía aquella canción: “Se nos murió el deseo de tanto usarlo”… volví con la líbido baja, a ver si esta vez logro que remonte de nuevo aunque energías no me quedan.