sábado, 30 de marzo de 2013

El arquero





Hasta hace muy poco tiempo, salvo los indios en las películas del oeste o salvo a ese niño caprichoso y con mala puntería llamado Cupido, yo no conocía a ningún arquero, a nadie que disparase flechas.

Bueno, me equivoco. Hubo un año en que vi por televisión cómo una flecha encendía la antorcha olímpica en mi ciudad (cómo olvidarlo? Fue el año en que cometí uno de los errores de mi vida).

Hace poco conocí a Isaac. Él practica el hobbie del tiro al arco. Su profesión nada tiene que ver con esa afición, aunque a medida que lo voy conociendo más y mejor, creo que sí, que las aptitudes y el conocimiento que se requieren para lo uno y para lo otro quizás tengan más en común de lo que aparentemente pudiese parecer.

Imagino a Isaac de mil formas diferentes en la cama. A veces extremadamente detallista, recorriéndome milimétricamente, sin dejar rincón por descubrir, recoveco por acariciar o poro por saborear. Otras veces como un huracán devastador, que te atrapa, te voltea, te inunda y te deja sin fuerzas.


A veces lo imagino totalmente sumiso, obedeciendo mis órdenes, mis caprichos o mis instrucciones sin poner ninguna traba. Y otras, en cambio, fantaseo con que él toma el mando y a una, que no se deja llevar fácilmente, la convierte en la más perfecta de las sumisas.

Isaac, el arquero, tensa el brazo que sujeta el arco, con fuerza, con precisión. Con la otra mano, coloca la flecha en posición. Imagino que se requieren fuerza, precisión y puntería para llevar a cabo este gesto. Y finalmente, dispara, haciendo que la flecha haga diana, entre donde tiene que entrar, firme, segura y rápida. La flecha llega a su destino y supongo que el arquero siente una satisfacción rayando el placer.


Y así serás conmigo, arquero. Sujetarás fuertemente mi cabeza, harás que mi cuerpo se arquee…y esa posición de mi cuerpo en arco hará que te excites más…y dispararás tu flecha, firme, segura y directa.
Y será entonces que durante unos pocos minutos, y quizás ilusamente por mi parte, yo, mujer hecha arco en tus manos, seré tu pasión.




miércoles, 27 de marzo de 2013

¡Y yo con estos pelos! (2ª parte)






No me llevó más de quince minutos depilarme y ducharme. Tardé cinco minutos en decidir qué ponerme, hasta que decidí no ponerme nada. Y así llegué hasta el Sacarino, duchada, depilada, hidratada, perfumada y hambrienta.
Sin mediar palabra, me puse de rodillas delante del sofá donde estaba sentado y con mi boca empecé a tirar del lacito que aún llevaba anudado a su polla. Él se estremeció, supongo que por el roce de mis labios, el del lazo al deslizarse o por el de mi pelo húmedo rozando su pelvis.

Empecé a saborear con deleite lo que se suponía que era mi regalo de cumpleaños. Él se moría de placer pero yo también. Creo que la mejor y más maravillosa parte de la anatomía del Sacarino era aquella: un pene ancho y largo, proporcionado con el resto de su cuerpo, vigoroso, potente y que parecía crecer cada vez más y más cuanto más lo adentraba en mi boca.

Cuando el Sacarino estaba a punto de explotar, sonó el timbre de casa y en un gesto involuntario giré la cabeza y toda su explosión cayó sobre mi pelo, húmedo y recién lavado.
Me puse una camiseta y fui a abrir la puerta. Allí estaba Joan, otro compañero de trabajo, serio donde los haya, siempre correcto, pero que tenía que tener un polvazo de muerte según me indicaba mi reloj de la líbido. Llevaba un paquete con lo que parecía ser un pastel, me dio dos besos, me felicitó y se explicó:
- Como siempre dices que te sientes sola en tu cumpleaños, he decidido hacerte una visita sorpresa.Tetraigo un pequeño pastel….anda, te acabas de duchar? Mmmm
-  Sí, pero tengo que volver a enjuagarme el pelo. Me quedaron restos de crema hidratante (que no me toque el pelo, que no lo toque….pensaba yo para mis adentros).
-    Verás Joan, estoy acompañada

Aquello no era justo. Dos meses sin follar, tres cumpleaños sin polvo, cientos de masturbaciones pensando en Joan…y el tío va y se decide cuando estoy “ocupada”. Ni hablar! No me daba la gana renunciar, así es que insistí y le hice pasar.
Cuando entró al salón y vió al Sacarino desnudo, los dos se miraron el uno al otro sin saber qué decir. Yo les dije que estaba claro que los dos querían hacerme un bonito regalo de cumpleaños y que si ellos no tenían inconveniente, yo tampoco, y que lo iba a disfrutar.


Me tumbé en el sofá del salón, con la cabeza hacia atrás en el reposabrazos e invité a Joan a que se acercase a mí. Quería probar si sabía tan bien como imaginaba. Se desnudó rápidamente, y acarició mi cara con su polla. Parecía suave, aún algo flácida, cosa que arreglaríamos en breves instantes.

Empecé a acariciarle con mis manos, sus muslos, sus ingles, su vientre….él de pie y yo tumbada, no podía llegar mucho más arriba. Me abrí de piernas, sonreí al Sacarino y le invité a que se uniese al grupo.
Y en cuestión de pocos segundos, la polla de Joan estaba en mi boca, y el Sacarino acariciando dulce e intensamente con su lengua todo mi coño abierto.

Me costaba un poco controlar mi boca y no dañar a Joan, con el placer que el Sacarino me provocaba entre las piernas, cada vez más intenso y más profundo, y precavidamente solté la polla de Joan cuando me corrí, con dulces espasmos.
El Sacarino entonces me giró, me puso a cuatro patas y empezó a follarme desde atrás. Aún no me había recuperado totalmente del orgasmo anterior, pero mi cuerpo ya pedía más, y él me lo estaba dando.  Sentí escalofríos de placer desde la primera embestida, y jadeaba, y pedía más…… Quería alargar aquello el máximo posible, y entonces Joan me sorprendió colocándose ágilmente bajo mis piernas y empezando a lamer mi clítoris y todo aquello que el Sacarino dejaba libre en cada embestida.

Creí percibir que el Sacarino dio un respingo la primera vez que, accidentalmente o no, sintió él también la lengua de Joan, pero todos decidimos seguir y yo me corrí de una manera como no lo había hecho nunca, sintiéndome infinitamente plena.
Como pudimos nos incorporamos. Les besé a los dos y les sugerí que nos diésemos una ducha y luego prepararíamos algo de comer. Me fui yo primera para la ducha, y cuando ya caía el agua sobre mi cuerpo, oí de nuevo el timbre. Tendrían que ir ellos a abrir.


Cuando salí, envuelta en una toalla y llegué al salón, allí estaba él, allí estabas tú.
Mi ciber-amante me comentó en una ocasión que algún día vendría a mi ciudad y me daría una sorpresa. Y lo hizo, vino ese día, el día de mi cumpleaños, aunque no sé quién de los dos se llevó la sorpresa más grande!.
Salí corriendo hacia él, perdiendo la toalla en el recorrido y me lancé a besarle….cuántas ganas que tenía! Mi ciberamante aún no daba crédito a lo que estaba sucediendo y le dije a mis compis que me llevaba a mi ciber a la habitación, que esperasen un rato, pero a él lo quería primero para mí sola.

Al llegar a la habitación, se sentó en la cama y mirándome –no me había visto nunca desnuda- me dijo. “Pero qué puta eres!”. Y yo le contesté: “No lo sabes tú bien”.

Volví a besarle y le bajé la cremallera del pantalón. Metí una de mis manos y ya por encima del bóxer vi lo rápido que se había preparado. Le desnudé mientras le besaba y le susurraba al oído que me alegraba mucho de que hubiese venido. Me arrodillé en el suelo, frente a él, y volví a saborear el tercer y delicioso “manjar” de mi día de cumpleaños.

Él agarró mi cabeza y acariciaba mi pelo, completamente húmedo, como húmeda estaba yo, que aquella tarde no lograba dejar de estarlo ni un solo instante.
Cuando estaba suficientemente listo y empalmado, me incliné un poco más, cogí su polla con mi mano y me la llevé a los pechos, acariciando con su glande mis pezones. La dureza de mis pezones contrastaba con la suavidad de su dulce capullo. Él se estremeció e hizo ademán de ir a cogerlos, pero de momento no se lo permití.
Y entonces cogí su polla entre mis dos enormes pechos. Y ayudándome con mis manos, la aprisionaba, la soltaba, la acariciaba de arriba abajo,…..y todo mi canalillo fue humedeciéndose mientras él no podía disimular el placer en su rostro.

Antes de permitirle acabar totalmente, me incorporé, me senté sobre él, y empecé a follármelo como muchas veces había soñado. Él sujetaba mis caderas, más bien las acompañaba en su movimiento, y bajaba su boca para lamer mis pezones unas veces, y otras apretaba y soltaba mi culo como facilitándome el camino.
Justo cuando notaba que se corría, y lo sentí en mi interior, le besé en la boca….me moría de gusto por tragarme aquel sonido de placer.


Me dejé caer, algo exhausta en la cama, y él empezó a acariciarme con sus labios los hombros, la espalda, los brazos….Me relajé tanto que me quedé dormida. Me desperté de nuevo cuando volví a oir sonar el timbre de la puerta.

Estaba tiritando, recordaba haberme tumbado desnuda y mojada. Mi ciber no estaba en la cama, no oía ruidos en la casa,…¿cuánto tiempo llevaba yo allí?
Fui a abrir la puerta y vi que no había nadie, todos se habían marchado. No podía entender cuándo ni por qué. Lo entendí cuando llegué al recibidor y vi que el sonido que me despertó fue la alarma del móvil, no el timbre de la entrada. O cuando llegué a la cocina y vi vacía una botella entera de vodka y un vaso al lado, vacío también.
Lo recordé todo. Un sueño o ensoñación, en mitad de una borrachera descomunal, en mi ya cuarto cumpleaños sin polvo!

martes, 5 de marzo de 2013

¡Y yo con estos pelos! (1ª parte)



Un año más. Me miro en el espejo y no me gusta lo que veo, pero la imagen me devuelve un guiño. Sí, tiene razón; realmente hace diez años estaba peor que ahora.
Ducha, maquillaje, hoy me preocupo en seleccionar un poco más qué me pongo y hacia la oficina. Y diez horas después, de vuelta en casa.

Había pensado regalarme un relajante baño de espuma, pero estaba demasiado cansada hasta para prepararlo. Me quité el maquillaje, me puse un chándal viejo y me senté frente al televisor, dispuesta a entretenerme con algo que me hiciera evadirme un rato. Nada, nada de nada.

Cogí entonces una peli porno que mi expareja se dejó en casa, creo que alguna vez la vimos juntos. Una mujer con traje de chaqueta negro y taconazos entra en un vestuario donde diez o doce jugadores de rugby se desnudan. Ahora recuerdo que sí, que la vimos juntos, y discutimos porque yo le decía que faltaba argumento: ¿qué hacía allí una mujer tan trajeada?, ¿era la presidenta del club?, ¿y realmente un equipo de rugby tiene tantos jugadores?, ¿y si entraron equipados porque no venían sudorosos?. Me hacía éstas y mil preguntas más, discutía con él porque decía que yo no sabía disfrutar “de una buena peli de sexo”. No, hijo no, es que hasta las pelis guarras necesitan un pelín de argumento, digo yo.

La tía se tumba en una camilla, abre las piernas, un jugador empieza a practicarle un cunnilingus, otro le mete el pene en la boca, y ella agarra otros dos más, cada uno con una de sus manos. El resto, tienen que conformarse con mirar y masturbarse. Y luego todos se van rotando. Lo bueno de esta escena, lo que más me ponía, es que ellos se tenían que repartir, pero ella recibía constante e incesantemente.
¡Qué aburrimiento, señor! No sabía a quién podía llamar; es lo malo de cumplir años en un año gris, acabado en trece, y en un lunes gris.

Llaman al interfono: “Señorita Belkis, tengo un encargo para usted, ¿me puede abrir?”
Sí, cómo no iba a abrir. Aquello me sonaba a ese programa de T5 (“Hay una cosa que te quiero decir”). Ains, qué emoción!. Abro la puerta del piso y aparece un hombre con una rosa roja, aterciopelada, con un tallo largo, en el cual había un pequeño lazo rosa y una tarjeta.
Doy las gracias, cierro y leo: “¿No decías que querías un capullo con un lacito para tu cumpleaños?”. Jajajaja. Sí, realmente el Sacarino era un capullo, y se limitó a regalarme literalmente lo que había pedido.

Voy a la cocina a buscar un jarrón para el capullo y vuelven a llamar a la puerta. Caray, el de la floristería, seguro que debí darle propina. Abro y me encuentro al Sacarino completamente desnudo, con un lacito rojo anudado a su polla. Eso sí que era un capullo, y lo demás son….florituras.

Le hago pasar, muriéndome de la risa, y en mitad del pasillo me dice “Felicidades”. Le ofrezco mi mejilla, para darle dos besos, pero él va y me mete la lengua en la boca, me la come literalmente, mientras me aprieta contra él, cogiéndome y estrujándome el culo. Pienso que después de todo, o él tiene las manos muy grandes, o mi culo no es tan inmensamente enorme como yo lo imaginaba.
Empieza a meter su mano por debajo de mi suéter, por la espalda, y en ese momento se enciende la alarma, y recuerdo…..”¡Oh, no, Dios mío….estoy sin depilar! No, no puedo permitirlo. Va a ser nuestra primera vez y le va a parecer que está con un gorila. No se salva nada, ni axilas, ni piernas, ni aquello que esperaba que se comiese con sumo deleite”.
Me aparto de él, le digo que se tape o se resfriará y que se prepare algo de beber mientras yo me doy una ducha (con Gillette en mano, evidentemente).


viernes, 1 de marzo de 2013

Ella y la otra





Elia fue a poner una lavadora y entonces vió la camisa de él manchada. Tenía en el cuello restos de carmín de un rojo intenso. Era una prueba más de la infidelidad de su marido, pero aquella no era la primera.

En otra ocasión un jersey de él desprendía un perfume femenino. Casualmente, era el mismo que ella usaba, aquel que él le regaló en su penúltimo aniversario. Probablemente también se lo regaló a ella, a su amante. Quizás fuese casualidad, o quizás él lo hiciese premeditadamente .

En otra ocasión, vio en los extractos bancarios que su marido había pagado con su tarjeta visa una noche de hotel, una noche en la que ella no estuvo con él, una noche en que supuestamente estaba de viaje de negocios.

Pero la prueba más contundente la obtuvo cuando en una ocasión ella se esmeraba practicándole una meticulosa felación, y él susurró llamándola Ruth.
¿Quién era Ruth? ¿Sería la camarera del café donde él tomaba su café cada mañana o sería una compañera del bufete? Era sólo una pregunta más que le ardía por dentro pero algo en su interior, algo que ella misma no acertaba a entender, le decía que callase, que mantuviese la boca cerrada sobre aquel tema. Y así llevaba ya unos meses, aunque también presentía que aquel calvario estaba a punto de finalizar.

Se preparó una noche a conciencia para intentar recuperarle. Fue a la peluquería, a la esteticiene, compró lencería sensual y sugerente y preparó una cena especial para él. Puso velas, champagne, Sade sonaba en el equipo de música,….
Al llegar a casa, él la besó y le agradeció aquel detalle. Se fue a la ducha, para prepararse también para lo que habría de venir después.
Cenaron, charlaron, rieron. Se besaron y acariciaron mientras veían una película a la que no prestaron demasiada atención, y finalmente decidieron irse a la cama.
Ella fue al baño mientras él la esperaba en la cama. Cuando Elia salió, a través de la luz del baño que la iluminaba desde atrás, él creyó estar delante de una visión: en el quicio de la puerta había una mujer tremendamente sensual y sexy, que vestía liguero, corpiño y medias negras, sobre unos zapatos de tacones increíbles que aún estilizaban más sus largas piernas. Y, apoyada en el quicio de la puerta, con aquella pose retadora, él creyó que tenía delante a Ruth, y sus entrañas empezaron a impacientarse por la emoción del momento. Porque Elia era toda pasión, amor y ternura, pero Ruth era deseo y lujuria. Las dos se complementaban y las dos le hacían feliz, aunque él sabía que tarde o temprano tendría que elegir.


Elia se acercó hasta su marido, se sentó sobre él y empezó a besarle. Él la correspondía mientras desabrochaba aquel excitante corpiño y empezaba a acariciar sus pezones, pequeños y suaves, y que enseguida crecieron y endurecieron. Acariciaba sus piernas, sus nalgas, mientras ella se removía sobre él haciendo que en pocos instantes su pene creciese y pugnase por salir de debajo de la ropa.

Se desnudaron mutuamente mientras las manos no paraban de recorrer y las lenguas de saborear. Él se puso en pie y Elia, arrodillada frente a él, comenzó a acariciar su pene, hasta que decidió meterlo en su boca. Lo volvía a sacar y lo recorría con su lengua, pudiendo notar la presión acumulada. Y entonces chupaba muy despacio el glande, mientras él cerraba los ojos y se estremecía de placer, y volvió a meterlo de nuevo en su boca, moviendo su cabeza, hacia adelante, hacia detrás,….hasta que él decidió tomar las riendas cogiendo la cabeza de ella, intentando no dañarla, y marcó él el ritmo final, hasta que explotó dentro de su boca.

Cuando exhausto se sentó sobre la cama y vió cómo Elia relamía lo que había desbordado de su boca, a él le pareció volver a estar delante de Ruth.


Elia se tumbó sobre la cama, y empezó a masturbarse. Él le pidió unos instantes para recuperarse pero ella no podía más; estaba húmeda e impaciente, y necesitaba calmar aquello. Inclinada sobre la almohada, y sin dejar de mirarle, acariciaba sus pechos con una mano mientras con la otra acariciaba haciendo círculos su clítoris, cuyo abultamiento ya era más que evidente. No tardó demasiado en correrse, en gemir y retorcerse mientras sus dedos no paraban de moverse. Cuando hubo terminado, introdujo sus dedos en la boca de él, para que él notase el sabor de su orgasmo.
Ese gesto hizo que él se moviese como activado por un resorte, la hizo ponerse a cuatro patas y empezó a  lamer su coño, recorriéndolo de arriba abajo, abriéndose paso con la lengua. Ella movía sus caderas hacia él, y cuando parecía que iba a correrse, él dirigía la lengua hacia su ano, quería dilatarlo el máximo posible. A Ruth aquel juego le encantaba y pensó que probablemente a Elia también.
Y la lengua de él recorrió el camino del coño al ano y viceversa en varias ocasiones hasta que ella pidió, más autoritaria que suplicante, “Fóllame!”.

Y él así lo hizo: primero la penetró por la vagina y enseguida le sobrevino la primera ola de placer. Y sin tiempo a más dilación, pasó al ano. Aquí fue más suave al principio, pero ella pedía más, y más, y su culo iba dilatándose hasta puntos insospechados, y él se atrevió entonces a embestir con todas sus fuerzas. Ella gritaba, gemía; él cogió sus pechos para retorcer sus pezones a medida que la iba embistiendo una y otra vez, hasta que ambos llegaron a correrse casi simultáneamente.
Ambos cayeron tumbados sobre la cama, intentando recuperar el aliento. Ella le besó, y casi inmediatamente se quedó dormida.



Él la abrazó, la besó y lloró, desconsolada pero silenciosamente. No fue capaz de decirle aquella noche a Elia que la ingresaría en una clínica mental durante un tiempo, hasta que se recuperase. Él había intentado sobrellevar aquella situación de la mejor manera posible, pero se veía incapaz de continuar.
A raíz de aquel accidente de tráfico, Elia tuvo problemas pero tuvo que pasar algún tiempo hasta que él se diese cuenta de que sucedía algo extraño, y hasta que al final fue diagnosticada con transtorno de identidad disociativo, lo que se conocía vulgarmente como tener múltiples personalidades.
Elia era Ruth, Ruht era Elia. Él mantenía relaciones con dos mujeres y sólo estaba con una. Él quería tanto a su mujer que sólo podía serle infiel con ella misma.

Aunque aquella noche no estaba seguro de con cuál de las dos había estado.