Me desperté y el dolor intenso me
obligó a volver a cerrar los ojos. Sabía lo que era: resaca. Volví a abrirlos,
lentamente, giré un poco la cabeza y observé con una sonrisa el adonis que
dormía a mi lado. Completamente desnudo, bello, maravilloso, con un dulce
respirar, y había sido mío durante toda la noche.
Sentía ganas de ir al baño, la
ingesta de alcohol apretaba la vejiga. Yo también estaba desnuda, y a los pies
de la cama, vi mis bragas, las que él me arrebató y lanzó al aire. Un par de
metros más allá, a la entrada de la habitación, estaban mi falda y mis zapatos,
y en el pasillo que conducía al lavabo, también en el suelo, estaban mi blusa y
mi sujetador. Recordé cómo él me fue desnudando desde que entramos en su casa;
cómo cerró la puerta, me arrinconó contra la pared y empezó a besarme de una
manera que hasta dolía, antes de ir desnudándome mientras no sé cómo, seguíamos
caminando hacia su cama, mientras él me dejaba completamente desnuda.
Me levanté, cogí mis bragas y una
camiseta suya que había en una silla y me fui al baño. Me miré en el espejo, y
tenía…un muerdo en mi labio! Llegó a morderme realmente, por eso sus besos
dolían, y en cambio, yo no quería que parase de hacerlo. Me senté en la taza
del baño y al hacerlo, sentí un leve dolor en el ano, que hizo que contrayera
por unos segundos mis esfínteres antes de volver a relajarlos para poder hacer
lo que había ido a hacer allí. Mientras orinaba, se me vinieron a la mente esos
momentos en que él, después de haberme deleitado con una intensa sesión de sexo
oral que culminó en tres orgasmos por mi parte casi consecutivos, pasó a
acariciar con su lengua todo mi ano.
Yo, acostumbrada a no ofrecer muy
habitualmente ese agujero, me contraje un poco, pero él, en contrapartida,
separó las nalgas de mi culo con sus manos, fuertemente, y se dedicó aún con
más esmero. Cuando esta parte estaba bastante dilatada, él me giró y me puso a
cuatro patas. Con el giro y todo lo que había bebido, sentí un mareo
impresionante, pero se evadió casi por completo cuando sentí cómo metía su
polla de un solo e intenso empujón en mi culo. Grité ante una sensación que me
parecía a la vez, dolorosa y placentera. Seguí gritando pues sentía dolor,
quizás “aquello” no había dilatado lo suficiente, y en cambio sentía placer, y
él empujaba cada vez más y más, y con más fuerza, y yo cada vez sentía más
placer…. Pero alguna secuela me quedó por la mañana, por lo visto.
Fui después a la cocina, buscando la
cafetera para preparar café. Todo estaba completamente ordenado y limpio, y fue
fácil encontrarla. Preparé mi taza y busqué un cigarrillo en mi bolso. Mientras
fumaba y bebía con cuidado, pues el calor de la taza hacía más intenso el dolor
de mi labio inferior, pensaba en cómo empezó todo, pocas horas antes.
Cumpleaños de mi amiga Tere en un local de copas. Entre los invitados su primo
Toni, al que apenas conocía y no veía desde la época del instituto. Toni, aquel
chico enclenque, tímido y casi sin amigos, se había convertido en un hombre
atractivo, muy interesante, y con una personalidad tan arrolladora que
cualquiera hubiera sucumbido sin dudarlo ante cualquiera de sus deseos.
Y todas parecimos volvernos locas
ante su presencia, pero él se fijó en mí. Unas cuantas copas, unas risas
rememorando épocas de nuestra juventud, un roce de su mano en mi pierna…. Y de
pronto me vi en su casa, en su cama, junto a su cuerpo y él dentro del mío.
¿Por qué me eligió a mí? Pensaba en
eso mientras me desnudaba en el baño para darme una ducha y me miraba en el
espejo. ¿Qué tenía yo de especial? Y…¿qué era aquello? Un moratón en uno de mis
pechos. Se me erizó todo el vello y se me endurecieron los pezones al recordar
cómo él succionaba mis pechos y mis pezones, con dulzura por momentos, con
furia en otros… y la furia me provocó placer, y un chupetón en un lugar
inhabitual. En la época del instituto tuve que disimular alguno en el cuello,
pero en las tetas….
La ducha de Toni tenía uno de esos
grifos con termostato que permiten regular y elegir la temperatura del agua.
Templada. Muy caliente me dolería en el cuerpo que ya tenía muy dolorido, y muy
fría me haría gritar hasta no soportarlo. Una ducha reconfortante. Utilicé su
gel y al hacerlo recordé el olor de su piel… tuve toda la noche su piel jugando
con la mía, y ahora me iría de allí de nuevo impregnada en su olor.
Como sucede en las escenas de muchas películas, Toni podía haberse despertado al sentir el aroma del café o al sentir
el sonido de la ducha, y entonces habríamos acabado follando como locos bajo el
chorro del agua o sentados en la cocina conversando sobre lo que había pasado, y si se iba
a repetir o no. Pero esto no sucedió; Toni se empleó a fondo y estaba
completamente dormido, supongo que resacoso también aunque yo bebí más que él.
Tras el café, el cigarro, la ducha y
una aspirina que encontré en el armarito de su baño, me sentía mucho mejor.
Empecé a vestirme, descartando las medias que quedaron destrozadas en la
vorágine de besos y caricias mientras me desnudaba. Mientras me vestía pensaba
qué debía hacer, cómo debía irme: ¿sin decirle nada?, o ¿dándole un beso de
despedida y despertándole? ¿o le dejaba una nota con mi número de teléfono
anotado pidiéndole “llámame”? (No pude
evitar una sonrisa al recordar aquel chiste ya viejo “ya mamé”).
Opté por dejarle una nota, no sin
antes volver a mirarle de arriba abajo e imaginarme cómo sería sentirle de
nuevo: “Toni, te dejo café hecho. Tu ducha maravillosa. Gracias”. No le dejé mi
teléfono, ni hice mención a mis “heridas de guerra”. Él podría localizarme
fácilmente, si así lo deseaba, a través de Tere. Y si no lo hacía, pues yo
tendría una noche memorable que recordar incluso mucho tiempo después de que
moratón, molestias y herida labial desapareciesen.
Dedicado a alguien a quien (espero que encuentres la pista en el texto y sepas que me refiero a ti) , aunque ya pedí disculpas por un malentendido, nunca lo hice públicamente. Espero que te sirva, y de paso a ver si te animas ya y me invitas a tomar unas copas. Yo haré el café por la mañana.