miércoles, 2 de junio de 2010

Sus pechos su descubrimiento, por Hielo


Se encontraba en su reducto de paz. El único momento del día donde tanto el espacio como el tiempo eran completamente suyos; sin saber cómo, toda su familia le respetaba ese ritual. Tras un día agotador tenía la costumbre de dedicarse a ella nada más. Se encerraba en el baño y unas veces, cuando más cansada estaba se sumergía en la bañera, pero la mayor parte de los días se conformaba con una ducha aunque sin prisas. Le servía para desconectar, para cargar las pilas y, sobre todo, para mantener cierta autonomía. Ser madre y esposa desde el primer minuto del día le resultaba gratificante y le hacía sentir bien, pero la dejaba exhausta. Necesitaba su intimidad o, como a ella le gustaba decir, su dosis de egoísmo.

Le gustaba colocarse delante del espejo empañado para ver su imagen reflejada. Siempre se miraba largo rato desnuda con ese velo que le proporcionaba el vaho. La pátina de agua disimulaba los efectos del paso del tiempo en su anatomía y eso le resultaba agradable, así se veía muy bonita. El reflejo le hacia entrever un cuerpo femenino que le resultaba sensual. Cogió la crema y comenzó a extendérsela pausadamente sin abandonar ese regusto dulce que le provocaba mirar su cuerpo desnudo en el espejo.

Al llegar a sus pechos, como eran enormes según pensaba ella, volvió a coger una nueva dosis de crema. Según aplicaba la crema delicadamente, le vino a la cabeza la mirada de un compañero esa misma mañana, al compartir ascensor. Ella llevaba unas carpetas bajo el brazo y al hacer ademán de pulsar el botón de su planta, coincidió en el gesto con su compañero que se echaba también hacia delante e intentaba también marcar su piso. En ese instante ella fue consciente de que él había fijado su vista por unos instantes en su escote. Pero lo que más le había llamado la atención había sido la sonrisa dibujada en la cara de su compañero de ascensor. No era una mueca de baboso que tan acostumbrada estaba a ver en los hombres que se fijaban en sus pechos. Era más bien un rictus de disimulada felicidad. En ese instante fue consciente de que igual que a ella le alegraba el día coincidir con el macizo del despacho contiguo, esa mañana, por obra y gracia de su canalillo y las carpetas, había sido ella la protagonista de la felicidad ajena.

Se cogió ambos pechos con sus manos, levantándolos, de esa guisa se veían dos globos maravillosos coronados por unos pezones rosáceos. Limpió la zona del espejo donde se reflejaban y reparó detenidamente en ellos. Eran todo un homenaje a la madre naturaleza y así, entre sus manos, como una ofrenda a los dioses, un delicado manjar para cualquier hombre. Inmediatamente recordó una charla por messenger de tiempo atrás; un hombre tras los saludos preliminares había ido a saco en la conversación. Le había preguntado por su anatomía, solicitándole detalles concretos sobre sus pechos y su trasero. Ella, con cierto desdén, había seguido el juego y le había hecho partícipe de su abundante delantera.

Él, como si hubiese enganchado una presa, comenzó a asediarla con preguntas sobre la talla de sujetador, o el tamaño o el color de sus pezones. Sin disgustarle el juego, al sentirse admirada y deseada por tener unas tetas como dos carretas, le había aclarado inmediatamente al procaz interlocutor que sus pechos no eran precisamente la zona erógena más destacada en ella. Lo que contestó él se le quedó grabado a fuego, le dijo que si tuviera la oportunidad de acariciárselos, sus pechos, se descubrirían para ella como una fuente inagotable de placeres.

En ese instante, con sus pechos en las manos, una ráfaga le trajo a la cabeza la desidia de su pareja en materia sexual. Tras los hijos, el sexo en ellos se había convertido en una rutina. Una rutina que siempre la llevaba al mismo estado mental. Su marido no la deseaba, simplemente, aliviaba sus calenturas sin prestarle la más mínima atención. Nunca hablaba de si ella había alcanzado el orgasmo mientras siempre la urgía cuando él no lo conseguía. Cuando él se corría inmediatamente se daba la vuelta en la cama y ella se quedaba insatisfecha. No tanto por no haberse corrido también sino por sentir que su marido no la deseaba.

Ahora, mientras acariciaba sus pechos para extender la crema, llevó sus dedos a los pezones. Deslizó en círculos las uñas por su aureola intentando atender y descubrir qué sentía, los apretó entre sus dedos, tiró de ellos hasta que se desprendieron de las yemas . Súbitamente notó que el calor y la presión en el vientre iban acompasados con cada movimiento de sus dedos. Estaba excitada por una mezcla de imágenes y pensamientos. Acariciar así sus pechos se había transformado en un placer creciente. Siguió jugando con sus dedos en su pezones, los pellizcaba cada vez más fuerte, los retorcía, incluso, sin saber cómo se vio descubrió frente al espejo haciendo algo que siempre había pensado y nunca había llevado a la práctica como era lamérselos ella misma. Era muy excitante la imagen que ahora le devolvía el espejo.

Acercarse los pezones a sus labios y sentir su textura en ellos, empaparlos con su saliva y atraparlos entre sus dientes para morderlos delicadamente le había proporcionado varios latigazos de placer que le recorrieron la espalda para explotarle en su entrepierna. Nunca antes sus pechos fueron tan protagonistas de su placer íntimo. Ahora según succionaba gozosa sus pezones, sentía como el coño se le inundaba y esponjaba y, al tiempo, su clítoris estaba cada vez más inflamado y sensible. Haciendo algo inusual en ella, se propuso algo distinto, masturbarse pero esta vez quería intentar no llevar los dedos a su coño. Cuando se excitaba, bastaban unos sabios movimientos de sus dedos sobre el clítoris para alcanzar un orgasmo que la dejaba satisfecha.

Sin ser consciente de qué hacía, trabajó sus pezones con dedicación y descubrió que cada movimiento de sus manos, cada ligera presión de sus dedos o sus uñas, cada lametón que les daba tenían su reflejo en su coño. Nunca antes había sentido tan sensible la entrepierna sin siquiera acariciarse. Los latidos de su corazón recorrían una y otra vez un camino delicioso que iba desde su culo hasta el monte de Venus, sentía como si el clítoris le fuese a explotar. Incluso le preocupaba que su coño comenzase a expulsar su flujo que sentía hervir en su interior.

Sin prisa pero sin pausa siguió acariciándose de esta manera tan nueva como distinta. El calor se había extendido a toda su anatomía, era capaz de sentir cada vena de su cuerpo latir y, al tiempo, esos latidos parecían acabar todos en su sexo. Sobre el lavabo descansaban dos pequeñas pinzas del pelo, sin pensarlo, las cogió y las aplicó para pellizcar ambos pezones… un fogonazo de placer, en vez de ningún dolor, sintió cuando se atrapó el primer pezón, inmediatamente cogió la otra pinza y la colocó en el otro pezón. Miró al espejo y vio sus pechos enmarcados por su manos, los pezones atrapados por ese juguete improvisado y al moverse para acercarse más y ver en el espejo cómo estaban sus pezones aprisionados, sintió que sus caderas cambiaban de orientación su pubis y éste comenzó a sufrir contracciones cada vez más intensas que culminaron en un orgasmo prolongado y dulce. Cerró los ojos, apretó con fuerza los pechos con ambas manos y se abandonó a ese festival de placer.

Al abrirlos, el vaho había desaparecido casi por completo del espejo. En ese instante se vio más bonita que nunca, los pechos aún conservaban las pinzas, sus mejillas estaban todas coloreadas de rubor, sus labios parecían pintados de carmín y sus manos masajeaban justo debajo de su ombligo, sintiendo cada pliegue de su vagina encharcado. Miró alrededor y se dio cuenta de que aquello era el cuarto de baño, su baño, inmediatamente se lavó la cara, terminó de secarse y abrió la ventana. Al cabo de dos horas, ya en la mesa, según cenaban su marido le dijo, ¿cariño es que te has maquillado? Ella, involuntariamente, volvió a renovar el rubor de sus mejillas y al no saber qué contestar se limitó a decirle: no digas bobadas y alcánzame el agua, será un sofoco que ya soy muy mayor.

14 comentarios:

  1. Os recuerdo a los que pasáis por aquí que si queréis colaborar con un relato (o más), a mí me haría mucha ilusión y engrandecería este humilde blog.
    Me ha llegado en esta ocasión el de Hielo, un hombre nada frío, y que prefiere mantenerse en el más completo de los anonimatos.

    Hielo, excitante, húmedo, maravilloso. Mis tetas y mis pezones te están muy agradecidos.

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  2. Pues sí, enhorabuena a Hielo.

    A mí me halaga que los hombres dirijan su mirada a mis pechos, no me parece de babosos, me parece natural (tampoco que se queden ahí mirando)

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  3. Una imagen expuesta me ha hecho pensar más aún del erotismo que conlleva este relato. Es cuando ella pone el dedo en el pezón...es como si pulsáramos una tecla de los sitemas electrónicos. Es cuando empieza a funcionar el mecanismo... en este caso: el corporal, que alguien o la naturaleza inventó.
    Un beso bien dado.
    Goriot.

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  4. Felicidades, Hielo, por este relato que compartes con todos nosotros: sensual, sugerente,inteligente.

    Y yo aquí os dejo una pregunta -que yo contesto afirmativamente-que me surgió el otro día hablando con una amiga: ¿Tiene que ver el bipedismo con el hecho de que las glándulas mamarias sean un elemento de atracción sexual para los hombres?

    Un saludo, Hielo.

    Y otro para ti, belkis.

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  5. Susana Moo, a mí también me gusta que dirijan sus miradas a mis pechos, aunque normalmente me quedo con las ganas de que dirijan algo más.

    Goriot, pues creo que tienes razón. Si te tocan los botones (pezones), y lo hacen bien, funcionan como un resorte y ese hecho hace saltar toda una cadena más de sensaciones. Un beso.


    Nolaaxe, yo no puedo contestar a tu pregunta porque no tengo ni idea ni entiendo cómo os resultan tan y tan atrayentes. Un beso.

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  6. Hola a todos. Muchas gracias y, sobre todo, a Bel quien amablemente me ha cedido su blog.
    Besos,
    Hielo.

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  7. Permiso para extenderme acerca de las intimidades maritales contadas en este excelente post.

    El día que la mujer accede a aliviar al hombre pero ella pasa:
    - Ya me correré otro día que puedas dedicarme más tiempo.
    - Todo el día le gotea la churrilla al salido éste.
    - Lo que tiene que aguantar una.
    - ¿Todavía no estás?.
    Y el pringado contesta:
    - Pareció como si me quisiera venir, pero me lo has desbaratado; anda, acuéstate......

    Casi siempre el mejor trabajo es el que se hace uno/a mismo/a.
    Hala.

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  8. Hielo, gracias a ti. Aquí hay espacio para muchos y para más veces. Así es que, si quieres repetir la experiencia, estaré encantada. Un beso

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  9. Toy, permiso concedido para extenderte, para tenderte y para todo lo que quieras.
    Ha estado muy bien, todo el mundo tiene derecho a réplica.

    Pero que sepas que a vosotros también os duele la cabeza, también habéis tenido un mal día, teneís prisas por acabar,...y eso es más común de lo que te puedas imaginar aunque aqui no los parezca.

    De hecho, con las prisas, muchos se olvidan hasta de que las tetas existen.
    Petonets

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  10. Ufff... ¡Y se hace llamar Hielo! Mis felicitaciones al "gélido" hombre que entiende tan impecablemente la sexualidad femenina.
    (Y su anonimato hubiera sido perfecto si no hubiera descuidado un pequeño detalle. Aunque... quizás no fue descuido... o quizás yo me equivoque...)

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  11. Esttivalia, pues aunque sea raro en ti, esta vez te equivocas.
    Hielo es anónimo total, nunca había entrado en el blog. Es anónimo hasta para mí!!!!
    Por tanto, no ha descuidado ningún detalle porque no había ninguno que salvaguardar.
    Pero el relato es bueno, eh?
    Besitos

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  12. Esttivalia dice que entiendo a la perfección la sexualidad femenina y, debo aclarar, que nada más lejos de la realidad. Ojalá fuese como dice porque habría disfrutado más aún en mis intercambios con las mujeres(información, energía o fluidos). En un ejercicio de empatía sexual puede haber más o menos acierto pero las distancias siguen siendo enormes.
    Hielo

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Me excitan las palabras... así es que no olvides dejar alguna.