domingo, 23 de mayo de 2010

Con las cortinas sin echar



Eran las cuatro de la mañana de una calurosa noche de verano de luna llena. Volvía a casa como cada noche de cada fin de semana, después de mi jornada laboral en un bar de copas.
Era mi segundo trabajo pues con el primero no me llegaba para pagar la hipoteca de mi recién estrenado piso, las letras del coche, los gastos fijos mensuales, la compra,….en fin, era el alto precio que pagar por una soñada independencia.


Llegué, corrí las cortinas del salón y me fui a la ducha. Al salir, me quedé desnuda; quería disfrutar del escaso frescor que traía consigo la madrugada.
Fui a por un refresco de naranja a la nevera; sólo quedaban cuatro cubitos de hielo, así es que los eché todos en el vaso de la bebida.
Me puse los cascos de mi iPod, y me senté frente a la ventana del balcón, sintiendo la noche en todos los poros de mi piel. Mientras oía música e intentaba descansar un poco antes de irme a dormir, pensaba en las cortinas.
Nunca me había gustado mucho tapar las ventanas con cortinas. Cuando me mudé al piso, decidí hacerlo pues no era mucha la distancia que separaba mi balcón de las ventanas de un bloque de enfrente. Y dada mi manía de pasearme desnuda por toda la casa, no quería ser objeto de miradas extrañas.


Pero a las cuatro de la mañana, nadie estaría pendiente de mi balcón. No se veía ni una sola luz encendida; ni tan sólo la mía. Era cierto que la luna brillaba con todo su esplendor y seguro que alguien podría vislumbrarme desde la ventana que caía justo enfrente de la mía, pero era más que improbable.
Seguía teniendo calor a pesar de estar el balcón abierto, yo desnuda enfrente y haber acabado mi refresco.


Cogí un cubito de hielo del vaso y remojé mi nuca, mis brazos, mi escote….la sensación era maravillosa y refrescante. Humedecí con el hielo mis pechos, luego los pezones. El frío hizo que se pusiesen duros ….empecé a humedecer mis muslos, las piernas, hasta los tobillos.
El cubito de hielo había disminuido ya algo de tamaño. Abrí mis piernas y acaricié con él todo mi ardiente coño.
Primero los labios exteriores, luego los interiores,…..moví el cubito en círculos sobre mi clítoris.


Lo paseaba hacia arriba y hacia abajo, con energía mientras notaba como el agua deshaciéndose iba humedeciendo mis manos y bajaba suavemente por mis piernas.
Durante unos minutos mantuve las caricias sobre aquella parte ardiente, mientras empezaba a sacudirme una leve oleada de placer.
El hielo se había reducido ya considerablemente y pensé introducirlo en mi vagina y dejar que acabase de deshacerse en ella, mientras yo sentía cómo el agua brotaba al exterior y mojaba mis piernas como si de una micción se tratase.
Pero se me ocurrió algo mejor. Metí el pequeño trozo de hielo en mi boca, y lo deshice en ella, deleitándome así en mi propio sabor.
Notar mi íntimo sabor me excitó enormemente. Y estaba dispuesta a liberar aquella tensión
Abrí mis piernas y con mis dedos empecé a acariciarme, dibujando los mismos senderos que instantes antes había hecho con el hielo.
Con el dedo corazón acariciaba todo mi coño, de arriba abajo, sin cesar, sólo el tiempo necesario para masajear mi clítoris y mantener la excitación. Introduje el mismo dedo en mi vagina, y mientras lo hacía entrar y salir, presionando, con el dedo pulgar seguía dedicándome al ya duro y casi reventón clítoris.
Hice que esos movimientos fuesen cada vez más rápidos, aumentando en intensidad, acelerando, presionándome,….hasta que, no pudiéndome contener más, estallé en un orgasmo como nunca me había producido yo misma.
No fui consciente de nada durante unos segundos; creo que gemí, que incluso grité, pero no podía recordarlo.



Una vez recuperada decidí que ya estaba lista para irme a la cama. Aunque quizás allí me daría un nuevo festín.
Al ir a cerrar la ventana, vi como la luz de el piso de enfrente estaba encendida y de pronto se apagó.
¿Habría visto alguien mi juego personal? ¿O quizás sólo lo habría intuido por unos movimientos en las sombras? ¿O puede que yo hiciese más ruido del que era consciente?
¿Y quién me habría visto? Ni siquiera sabía quién vivía en aquel piso.
Tal y como estaba el mío, a oscuras, decidí no pensar demasiado en ello. Después de todo, quizás le habría dado una alegría nocturna a alguien.
El inconveniente era que yo no sabía de quién se trataba y que podría encontrarme con esa persona en la panadería del barrio sin saberlo ni ser consciente.
Eran ya más de las cinco de la mañana. Decidí dejar esos pensamientos de lado, al menos de momento, e irme a dormir. Pero llamaron a la puerta. ¿Quién podía ser a aquellas altas horas de la madrugada?
Algo asustada, fui a mirar por la mirilla. Había un tipo, guapo, interesante, y con cara de sueño. ¿Sería el vecino de enfrente? ¿Sería el de arriba que oyó mis gemidos a través de la ventana abierta?
Abrí la puerta, con la cadena puesta y dispuesta a enfrentarme con algo de pudor a lo que fuese y a quien fuese.
- Buenas noches. Verás, sé que te parecerá extraño que venga a llamar a estas horas pero vengo a traerte esta bandeja de hielo de parte del vecino de enfrente –me dijo aquel desconocido.
Sentí que me ruborizaba. Seguro que había sido testigo de todo, sino a cuento de qué iba a estar sucediendo ante mis narices aquella situación tan extraña. Algo molesta contesté:
- Bueno, ¿a qué viene esto?
Me quedé esperando su respuesta, quería saber qué había visto y qué pretendía.
El tipo me contestó:
- Mira, yo tampoco tengo mucha idea. Ahí enfrente vive mi padre, tiene 75 años. Yo he venido a pasar unos días con él. Sentí un ruido y me levanté, encendí la luz de su habitación, y me encontré a mi padre, de pie frente a la ventana, haciéndose una paja. ¡No me lo podía ni creer! Cuando intenté disculparme por la interrupción, me ordenó apagar inmediatamente la luz. Me fui al salón para que acabase con lo que tenía entre manos, y vino tras de mí y me dijo: “Hijo, créeme que lo que digo lo digo por tu bien, como siempre he hecho: coge una bandeja de cubitos de hielo del congelador y llévaselo a la vecina de enfrente. Hazme caso”.
Y yo, que siempre he confiado en el criterio de mi padre aunque creo que hoy estaba chocheando, pues seguí fielmente sus instrucciones.
Sonreí ante lo absurda que me parecía aquella situación y dado que volvía a tener hielo no se me ocurrió nada mejor que compartirlo e invitar a aquel desconocido a entrar.

Dedicado al excamarero más sexy que conozco y muy poco consciente de las pasiones que despierta lo cual le hace infinitamente más atrayente.

17 comentarios:

  1. Qué jodida, belkis. Por fin has contado una masturbación femenina. Y has hilado un cuento magnífico.

    Ay, ay, lástima que en la realidad no existan chicas así, que se masturban con hielo en los balcones. Ni señores de setenta y cinco años así, tan generosos como sensibles. Ni hijos de esos señores así, tan amantes de sus padres.

    Pero bueno, claro, es literatura. Nadie está hablando de otra cosa que de literatura...

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  2. Alonso, doy fe de que sí hay chicas que se masturban con el balcón abierto.
    Doy fe de que algunos señores de 75 aún se empitonan.
    De lo último, de hijos tan sensibles y obedientes aún no estoy tan segura.
    Sí, era pura literatura pero como toda la literatura de los que no sabemos literar, está basada en hechos reales.
    Saludos.

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  3. Hechos reales. Ay, bel, tú estás hecha para sorprenderme. Y dirás que no sabes "literar", que no tienes encantos, que todo el mundo vale más que tú...

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  4. Alonso, yo no digo nada. Que cada cual tenga sus propias apreciaciones. Me sigues halagando.....mira que si al final voy y te creo!

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  5. Peazo relato.
    Tampoco tengo cortinas.
    Pero voy a bajar la persiana.
    Y continuar con la tarea....
    (Tengo mucho amor propio, ya sabes).

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  6. Toy, deja la persiana subida y déjame alegrarme la vista.
    Prometo no molestarte

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  7. Encantador tu relato... yo sí creo q exista esa situación.

    La verdad es q me has alegrado el día.

    A tus PIES

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  8. Cuando trabajaba de camarero llegaba a mi casa sobre las 5 de la mañana. A veces salía al balcón a fumar un cigarrillo o simplemente sentir la brisa. Confieso haber buscado en las ventanas vecinas la escena que describes.
    Y pensar en la cantidad de cubitos de hielo, bolsas de cubitos de hielo, que han pasado por mis manos.
    Desde ahora, unos cubitos en un vaso, ya nunca significarán lo mismo.
    Gracias por la dedicatoria.

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  9. Juank, gracias y bienvenido.
    Espero que te encuentres aquí lo suficientemente caliente (perdón, quise decir cómodo) como para quedarte. Saludos.

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  10. Anónimo, aunque me queda un pelín de dudas, creo que eres tú, mi ex-camarero favorito.
    Pues sí, lo del hielo es curioso. Y aunque no te dediques ya profesionalmente a ello, me encantará que algún día me sirvas una copa. Y me pongas tú el hielo (en el vaso, de momento). Besos

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  11. Gracias chicos por vuestros comentarios.
    Gracias a ellos, creo que mi líbido se está recuperando. Ya habéis contribuido a una buena causa.

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  12. Menos mla que no pilló la botella de cava..., no digo más.

    Anda con la jodía que no sabía,...

    Cada día me sorprendes más.

    Besos

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  13. Tiberio no es para tanto.
    Pero lo poco que es, no sería sin tu empujoncito. Besos.

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  14. Hielo y fuego, soledad y compañía, fantasía y realidad... una excitante historia de contrarios.
    Un abrazo.

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  15. Esttivalia, qué bien hablas, joia

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  16. Magnifico relato, historia original y forma de hilarlo. Enhorabuena has conseguido que en medio de un milla de hojas de fórmulas y texto en inglés me abstraiga y viaje a ese balcón de enfrente de tu casa.

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  17. Farero, es que casi cualquier cosa es más divertida que todas esas hojas de fórmulas.
    ¿Te has quedado enfrente del balcón? No está mal...a ver si a la próxima consigo que te animes a traer el hielo, jajaja.
    Saludos.

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Me excitan las palabras... así es que no olvides dejar alguna.