¿Cómo me he sentido cuando él me ha pedido hoy que sea su regalo de su próximo cumpleaños?
miércoles, 9 de octubre de 2013
domingo, 6 de octubre de 2013
Venderte la moto
Imagina que tengo una moto y quiero
venderla. Partamos de la base de que la moto es algo vieja, de segunda mano,
usada. La carrocería no está impecable, probablemente necesitaría una mano de
pintura. En cambio de motor está bien. Puede que no sea una moto para
participar en campeonatos pero muy útil y te llevaría a cualquier parte.
Partamos también del hecho de que soy
buena gente y en principio no voy a timarte con esta venta, y que pido un
precio más o menos ajustado al producto.
Con estas premisas, puedo venderte la
moto con diferentes enunciados:
a) No, no puedo mandarte una foto porque
quizás no te gustaría lo que vieras. En cambio, si la probaras, te
encapricharías de ella; es una moto cómoda, potente, te llevará a todas partes,
te hará sentir libre. Sólo tienes que venir a verla.
b) Vale, te mando una foto de la moto,
pero no te quedes con esa primera impresión. Ven y pruébala, y luego me dices.
c) Si te mando una foto, sabiendo que es
una moto vieja y el aspecto que tiene, ya ni vendrás, es que ni te molestarás, aunque
yo te asegure que es una moto genial.
¿Con cuál de estas opciones te podría
convencer más y mejor para venderte la moto? ¿Me compraríais la moto o buscarías
otro vendedor, o una moto mejor?
Esto es parte de un pseudo-estudio
que me he inventado para discutir con alguien sobre si sé o no vender un
producto. Ah…y no pretendo venderos la moto!
jueves, 3 de octubre de 2013
Malditos convencionalismos
Querido… nadie podría entender estas
palabras excepto tú:
Cuando a veces te veo sentado a lo
lejos, de espaldas, siento deseos de acercarme a ti, por detrás, y sorprenderte
con un beso en el cuello. Aunque viendo tus espaldas, lo primero que se me
viene a la mente es quitarte el suéter y acariciar toda tu espalda, recorrerla
sin dejar un solo hueco. Tras esto, te giraría para proceder a hacer lo mismo
por delante. Pero me contengo. Tengo que contenerme.
Cuando observo tus brazos no puedo
dejar de imaginar cómo será sentirse entre ellos, hasta dónde serían capaz de
abarcarme. Y entonces me dan ganas de correr hacia ti, abrazarte, esperar que
el abrazo sea correspondido y entonces comprobar la fuerza de tus brazos, o su calidez
o su furia. Pero me contengo. Tengo que contenerme.
Cuando te oigo hablar, a veces no te
escucho, o no muy atentamente, porque simplemente lo que siento es el zumbido
que me provoca la presión de tener que aguantarme las ganas de comerte la boca.
Pero me contengo. Tengo que contenerme.
¡Cuántas veces te he imaginado
desnudo a mi lado! O desnudándote. Me he imaginado cientos de veces cabalgando
sobre ti, a veces en la soledad de una cama vacía y otras incluso mirándote a
la cara mientras hablábamos. He jugado muchas veces a explorarme soñando que
eran tus manos las exploradoras.
Hay una serie de convencionalismos
(*), pocos pero profundos, que me impiden decirte lo que pienso, manifestar lo
que siento, o tirarme sobre ti sin importarme las consecuencias. Y supongo que
son los mismos por los que tú te riges.
Conjugo el soportar esos
convencionalismos con el juego de la seducción, intentando atraparte tan
atrapada como yo me siento, y a veces me sigues el juego. Otras veces es tan
sutil, que parece que los dos juguemos al mismo juego pero con diferentes
reglas.
Te has convertido en una dulce
obsesión, aunque a veces me resulta totalmente amarga, por inalcanzable. Tengo
que pensar, aún no sé si quiero apartarte de mi mente (único lugar en el que
eres mío) o saltarme a la torera esos malditos convencionalismos. Pensándolo
bien sólo son dos, dos putos convencionalismos que me impiden follar contigo.
(*) El convencionalismo es la creencia, opinión, procedimiento
o actitud que considera como
verdaderos aquellos usos y costumbres, principios, valores o normas que rigen el comportamiento social o personal, entendiendo que éstos están
basados en acuerdos implícitos o explícitos de un grupo social
martes, 1 de octubre de 2013
¿Estará casada?
¿Estará casada?
¡La madre que la parió!
Pues claro que está casada... observa el anillazo que lleva...
En su mano izquierda, ¡cojones!
Siempre igual...
Ni llevar anillo es representativo de estar casada, ni no llevarlo de todo lo contrario. Si lo sabré yo...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)