Para mis adentros

Llevo tres días con sus correspondientes tres noches sin poder dormir apenas. Básicamente por motivos de estrés, aunque afortunadamente la última noche sin dormir demasiado fue por motivos de placer.

Hoy, después de comer, conseguí echarme unos veinte minutos. Tenía 20 minutos para mí; empleé los dos primeros en discernir sobre si debía dormir o si debería masturbarme (recordándote), otra manera tan válida –casi la que más- como otra cualquiera de relajar cuerpo y mente.

Entré en una especie de ensoñación, aturdida por el agotamiento, pero no llegué a dormirme. Nuevamente fui incapaz. Y mi cabeza seguía y seguía trabajando.

Pensé en esos vampiros buenos de Crepúsculo. Además de estar buenos, son buenos porque deciden renunciar a morder cuellos y chupar sangre, algo que por naturaleza deberían hacer, pero superan esa necesidad por…en realidad no sé muy bien por qué. El caso es que tienen una fuerza de voluntad increíble y parece que superan esa necesidad vital.

Y me preguntaba si alguien que ha tenido que vivir mucho tiempo renunciando al sexo podría seguir viviendo así una vez que había vuelto a probar la carne, a sentir la piel, a saborear los sentidos. Es como la sangre…vuelves a probarla, vuelves a vivir el sexo… ahora será muy difícil volver a vivir sin ello.

Mis pensamientos me llevaron después a acordarme de aquella vez que en el Messenger uno que ya no me habla me dijo: “Te voy a comer el coño tres veces”. Y yo le contesté: “Pero qué burro eres, hijo”.  No me lo comió. Él no, pero sí hubo quien lo hizo tres, y hasta cuatro veces seguidas.

Cuando alguien te come el coño, y luego te besa profundamente, recuperas el aliento, te lo vuelven a comer, te vuelven a besar, saborean tus labios inferiores y otra vez a los labios superiores…¿se habrá parado ese sujeto a pensar que una misma llega a saborear –quizás en todas las papilas gustativas- el sabor de su propio coño? Es una sensación difícil de describir, agradable y maravillosa en cualquier cas

   Sólo quedaban tres minutos ya. Tenía mi teléfono móvil en la mano, pues había conectado la alarma para veinte minutos después por si –ilusa de mí!- conseguía dormirme. ¿Y si le llamo? ¿Y si le explico cuánto me excita? ¿Y si le pido que vuelva a follarme y me deje, sin que sirva de precedente, dormir una vez en sus brazos? Quizás así conseguiría dormir. O no. Me levanté. Una ducha tibia –no soporto el agua fría- y otra vez a ejercer mi papel en la vida.