miércoles, 28 de noviembre de 2012

Reir por no llorar




Ésta está siendo la semana mundial de la decepción masculina en la república independiente de mi casa.
Es difícil que te decepcione alguien de quien esperas poco o nada, pero aún así sucede.

No sé si los hombres sóis raros o si soy yo la que debe ser de otra galaxia, pero de verdad que a veces cuesta horrores entenderos.

Seguiré siendo como soy y teniendo muy claro lo que quiero, lo que quiero de vosotros. Pero hoy me he llevado la pataleta a ambos lados de la pantalla, y como revancha unos chistecillos de ésos que vosotros llamáis feministas, pero sin acritud eh?

Si pudimos enviar un hombre a la Luna… ¿por qué no enviarlos a todos?

¿En qué se parece un hombre a un columpio? En que al principio divierte, pero al final marea.

Las mujeres tienen muchos defectos; los hombres, sólo dos: todo lo que hacen y todo lo que dicen.

Las mujeres solteras se quejan de que los tíos buenos están casados; las mujeres casadas se quejan de sus maridos. Moraleja: los tío buenos no existen.

El hombre le pregunta a Dios:
H- ¿Por qué has hecho a la mujer tan bella?
D- Para que te enamores de ella.
H- Y entonces, ¿por qué la has hecho tan tonta?
D- Para que se enamore de ti.

La antigua teoría era: “Cásate con un hombre mayor, porque son maduros”. Pero la nueva teoría es: “Los hombres no maduran; cásate con un hombre joven” (Rita Rudner).

¿Cómo puedes saber la diferencia entre los verdaderos regalos de los hombres y los regalos por sus sentimientos de culpabilidad? Los segundos son más bonitos.

Lo que teme un hombre cuando piensa en el matrimonio no es atarse a una mujer, sino separarse de todas las demás” (Ellen Rowland).

Si un hombre te dice que necesita espacio, déjalo afuera.

“Las mujeres que buscan ser iguales a los hombres carecen de ambición” (Timothy Leary).

Y la mejor de todas (para mí):

Solía vivir sola… entonces… me divorcié



domingo, 25 de noviembre de 2012

Broche de fuego



   Esto viene de aquí y de aquí.

Durante las cinco tardes siguientes de mi estancia, follamos por varios rincones de bosques y caminos solitarios. Recuerdo especialmente la última tarde en que bajamos a la orilla del río, me desnudó y me hizo reclinarme dándole la espalda sobre una gran roca. Después de acariciarme y estimularme convenientemente, me folló analmente. Sus embestidas eran regulares y firmes, y a cada una de ellas mi sexo húmedo chocaba contra la roca. Cuando yo estaba a punto de correrme –hasta ahora siempre conseguía que yo llegase antes que él- sus perros, que ya me tenían como amiga, lamían mis pies descalzos, añadiendo una nueva sensación. El estallido final fue sublime.

Me incorporé y empecé a practicarle una felación que, dada su excitación, duraría muy poco. Así es que estuve alerta y en su momento culminante, agarré su pene y apunté hacia la roca, para que su semen quedase allí, impregnando la roca, como la impregnaron mis jugos. Como los enamorados graban sus iniciales en el tronco de un árbol, quise que la señal de nuestro deseo quedase allí también, aunque no fuese permanentemente.
Cuando nos vestíamos, le pedí que si quería venir a cenar aquella noche a mi casa, como despedida, pues a la mañana siguiente yo me marcharía de allí. Le dije que yo prepararía la cena y que él, a cambio, tendría que encender la chimenea de la casa, que yo no había sido capaz de encender. Descubrí que estaba casado y que quizás tendría problemas para venir, pero aceptó. Me dijo “de acuerdo, te enseñaré a follar”.
Esa frase me dejó algo descolocada. ¿Qué quiso decir? ¿Tan mal había estado yo haciéndolo? ¿Cómo llamaba a aquello: “jugar a las casitas”?

No sé por qué pero follar delante del fuego siempre había sido para mí una fantasía recurrente, teóricamente fácil de llevar a la práctica, y prácticamente imposible de realizar.
Cuando llegó, yo ya tenía la cena lista, y ya estaba duchada, algo de maquillaje, perfumada,… Él me besó, literalmente se comió mi boca y se dirigió hacia la chimenea, para encenderla. Iba dándome instrucciones de cómo hacerlo, “y ahora con este cacharro, que se llama fuelle, se le echa aire, reavivando el fuego, por eso a esto se le llama follar, entiendes?”. ¡Era eso, follar era eso!


Mientras cenábamos y bebíamos vino, íbamos charlando, una conversación distendida, reíamos. Su risa era una de las cosas que más me excitaba. Entonces le expliqué lo de mi fantasía, aunque sin poder darle una explicación.
Nos sentamos frente al fuego y durante unos segundos nos quedamos callados, oyendo el crepitar de la leña en el fuego. Empezó a besarme, mientras que sus manos me recorrían por debajo de la ropa, en aquellos lugares donde la ropa no lo impedía. El deseo nació y creció rápidamente, probablemente es que estaba contínuamente latente.


Nos tumbamos en el suelo, frente al fuego. El calor de la chimenea, y el calor que nos nacía de dentro, hizo que nos fuésemos desnudando el uno al otro, sin parar de besarnos en ningún momento, a veces mordiéndonos y otras chupándonos.

Tumbada contra el suelo, él se reclinó sobre mí y empezó a recorrer con su lengua todo mi cuerpo. Se detuvo bastante tiempo en mi cuello, se recreó en mis pezones, lamiéndolos, succionándolos, mordisqueándolos levemente, mientras los masajeaba con sus manos. Creí volverme loca mientras bajaba por mi vientre y, en lugar de ir al centro donde yo le deseaba, dio un rodeo, besando mis muslos, mis rodillas y mordisqueando los dedos de mis pies. Volvió a deshacer el camino, y esta vez sí, empujó mis muslos haciendo que me abriese totalmente a él.

Sentir su lengua sabia y cálida en mi sexo ardiente me hizo comprender el por qué de mi fantasía: era sentir el calor que venía desde fuera hacia adentro, y el que salía de dentro hacia fuera, desde el propio cuerpo, fruto de una excitación suprema. Y era la luz: sólo el color del fuego alumbraba nuestros cuerpos.
Después de hundirse entre mis piernas, después de desear que se quedase allí permanentemente, estallé; él no se apartó, y se bebió de un trago el orgasmo que le brindé.



Me incorporé, quería follármelo, cabalgar sobre él, pero él me empujó repentinamente contra el sofá y hundió todo su pene en mí, de una sola embestida, fuerte y certera. Yo me sujetaba a él, rodeándole con mis piernas, apretándome contra él, acariciando su espalda, mordiendo sus hombros,… y sentí una sensación difícilmente repetible cuando le sentí caliente dentro de mí, y le vi como un ser de fuego por el color anaranjado de la estancia y las llamas reflejándose en su piel.


Al acabar, buscó un bolígrafo en su chaqueta y escribió su número de teléfono en mi culo. Volvimos a reir. Se vistió y nos despedimos. Creo que los dos intuíamos que no sería para siempre. Se vistió y se marchó; alguien lo esperaba en otra cama.
Desnuda, me senté en el sofá, frente al fuego y encendí un cigarrillo. Fantasía ardiente y caliente satisfecha. Todos los buenos momentos tienen su broche de oro; yo tuve mi broche de fuego.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Soy otoño por ti






Ellos se desnudan lentamente,

Inundando de hojarasca el suelo


Indefensos quedan a la intemperie

Pareciera una etapa de duelo



Débiles, muertos en apariencia

Es un ciclo más de la vida

Volverá el esplendor en primavera

Salpicándolo todo de alegría



Despacio, me voy desnudando

Mi ropa yace en el suelo

Y tus ojos, abren camino a las manos,

Recorren todo mi cuerpo



Miradas, caricias

Sobran las palabras

Que dos cuerpos son vida

Cuando el deseo los entrelaza





Dedicado a alguien muy especial que hoy cumple años!
¡Muchísimas Felicidades!



lunes, 19 de noviembre de 2012

Llámame

Piensa lo que quieras, seguramente acertarás.... pero...llámame! Ya sabes que te estoy esperando, ¿verdad?



viernes, 16 de noviembre de 2012

Asistencia técnica



 
Me pidió que me desnudase, completamente, que me tumbase en la cama y que me masturbase mientras él me observaba, enfrente, sentado en una silla.
Me pareció algo raro pero facílisimo; creo que es la práctica sexual que mejor se nos da a todos, porque sabemos a las mil perfecciones cómo hacerlo, controlarlo y dejarnos llevar.

Abrí mis piernas y empecé a acariciarme. Él permanecía, aparentemente impasible, allí sentado, mirándome sin decir nada. Cada vez me encontraba más húmeda, más excitada. Cuando saqué mis dedos para humedecerlos en mi boca, él se revolvió un poco en la silla, sonriendo,…. Creo que estaba disfrutando casi tanto como yo, y que su entrepierna le estaba ya incomodando contra el pantalón.
Yo seguía acariciándome; con mis dedos recorría mis labios mientras con mi lengua humedecía los otros. Todo eran labios húmedos, reventando hacia el placer.

De vez en cuando dejaba las caricias labiales para introducirme dos dedos, tan adentro como podía, deseando ya que él viniese a sustituirme y a hacer esa labor. Después los sacaba, y acariciaba en pequeños y suaves círculos mi clítoris, preparándolo para la explosión final, y cuando creía que iba a llegar, lo dejaba y volvía a meterme dos dedos, tres,… quería alargar aquel momento el máximo posible.


El hecho de que él no dijese nada, de que permaneciese prácticamente inmutable, y teniendo en cuenta que apenas nos conocíamos, me hizo pensar que quizás él no estaba disfrutando.
Y ese pensamiento hizo que mi excitación se congelase, a pesar de que yo quería continuar, deseaba acabar, no como quien finaliza un tormento sino como quien ansía un éxtasis.

Descalza y desnuda me levanté y le dije que su mirada y su silencio me coartaban un poco. Me dirigí hacia la ventana de la habitación para bajar un poco la persiana,…quizás la penumbra y no sentirme tan extremadamente observada me ayudasen a retomar mi camino al auto-placer.

Él se acercó a mí, por detrás, me besaba en el cuello, y mientras acariciaba mis pechos haciendo que me encendiese de nuevo en tan sólo unos segundos, me dijo que lo único que pretendía con su exhaustiva observación era aprender, saber en qué puntos me gustaba más tocarme, intentar descifrar la presión, descubrir cuál era el ritmo que necesitaba al principio y al final,…quería masturbarme él aprendiendo de mí.





Se pegó más contra mí, y yo movía y apretaba mi culo contra él, notando su erección a través de la tela de su pantalón, y dirigiéndola hacia mí. Mientras cogía uno de mis pezones y lo acariciaba suave y fuerte alternativamente, dirigió su otra mano hacia mi coño, y empezó a acariciarme.

A pesar de que lo hacía maravillosamente y que el resultado final prometía, le dije que le iba a enseñar, que él iba a aprender cómo me gustaba, tal y como pretendía. Cogí su mano con la mía; aunque la mía era más pequeña, intenté que cada uno de mis dedos se situase sobre los suyos, en la misma posición.


Y entonces empecé a masturbarme, guiando su mano, apretando sobre todo como guía en el dedo corazón que era el que yo más solía utilizar. Y aunque él intentaba hacerlo sólo, dejarse llevar por su instinto, o por su experiencia, o por su excitación, yo se lo impedía…. y guiaba su mano, sus dedos, la presión, el ritmo,….y cuando logré estallar, él me apretó más contra sí para no caer al suelo.

Mientras me recuperaba, no podía parar de pensar en la sensación tan mágica que había vivido: una masturbación como a mí me gustaba, exactamente igual, a través de otras manos, otra piel, otro tacto.
Él empezó a desnudarse mientras yo me tumbaba en la cama y le dije que en ese momento debía repetirlo él, pero sólo, sin mis manos como guía, a ver si había aprendido bien la lección.



lunes, 12 de noviembre de 2012

Bailando con lobas




Las lobas salen de noche. Salen a bailar, a cazar, a gozar, a aullar,… y salen en manada, juntas.
Cada manada tiene sus reglas, sus preferencias, sus costumbres,… y todas sus miembros las respetan a pie juntillas. Y ese respeto suele darse también entre las diferentes manadas.
El respeto llega a su punto culminante ente las manadas de lobas jóvenes y las lobas veteranas. Las primeras suelen tener cierto recelo sobre las segundas, a veces se muestran altivas, pero acaban aceptando que las veteranas son más lobas.

Las lobas jóvenes salen luciendo brillante su pelaje, con su morro humedecido… cualquier cosa es válida para engatusar, cazar y zamparse a cualquier borrego o corderito que se les plante delante o que a ellas, o alguna de ellas, le resulte apetecible y se encapriche. Devoraran borreguitos e intentaran domesticar a algún lobezno hasta que den con aquel con el que quieran perpetuar la especie.



Las lobas veteranas tienen un pelaje distinto, se las reconoce a la legua. Caminan con el aplomo de saber que cazarán solo por el placer de cazar. Ellas ya perpetuaron, ya abandonaron por el camino a sus lobos, aunque alguno quedó en casa cuidando de las crías. Si algún corderito o lobezno intenta acercársele sin que ella lo desee, bastará una sola mirada para que el resto de la manada acuda en su ayuda, que rara vez necesita, porque la loba veterana es hábil, muy hábil.



La loba, joven o veterana, nunca es cazada, si acaso se deja cazar. Si eres cazador, y te cruzas con una de ellas, debes saber a qué te enfrentas. Y si te encuentras con una de ellas, consigues apartarla de su manada y encima es luna llena, hará que aúlles de placer como nunca antes lo hayas hecho.
Las lobas más hambrientas, con más ansia de cazar, son aquellas que por alguna razón fueron engañadas, las cubrieron con piel de cordero, y les hicieron creer que era de otra especie. Cuando descubren al fin que son lobas, y salen del armario, no habrá lobo ni animal alguno que se le resista. Y su poder de seducción será tan grande que algunos aullaran a modo de súplica por ser devorados por ellas.


viernes, 9 de noviembre de 2012

En el bosque




A la tarde siguiente salí a pasear, caminando lentamente debido a las magulladuras de mis rodillas y sin bicicleta, que quedó en peor estado que yo.
Me encontré, intencionadamente por supuesto, con aquel hombre de nalgas prietas que paseaba a sus perros. Me preguntó por mis heridas y me invitó a enseñarme una parte del bosque. Accedí, sin titubear.

Mientras nos íbamos adentrando más y más en el bosque, él me iba hablando sobre las diferentes plantas que veíamos, sobre los árboles, sobre las diferentes estaciones del año en aquel lugar,…Yo apenas le escuchaba, no podía parar de imaginarle desnudo.

Llegamos a un pequeño claro del bosque y me dijo que aquel era su rincón favorito, pues allí él se sentía fusionado con la naturaleza. Le dije “¿me dejas que me fusione contigo”, y con el bosque, por supuesto”. Sonrió, lo interpreté como un sí, y empecé a besarle mientras le iba desnudando.

Me arrodillé frente a él, agarré su pene y empecé a masturbarle. No tardó nada en reaccionar, y apoyó su trasero en tronco tumbado cuando seguí mi juego con la boca.
Los perros, que parecía que se habían acostumbrado demasiado rápido a nuestros juegos y gemidos, se alejaron correteando. Sus ladridos sonaban cada vez más lejanos, y podíamos oir perfectamente entonces el ruido de su pene en mi boca, de su respiración agitada, como gimiendo, y yo saboreaba aquella verga maravillosamente erecta mientras con mis manos masajeaba sus glúteos.

Antes de llegar a correrse, se tumbó en aquel tronco y me pidió que me desnudase. Lo hice, alcé mis piernas y me situé encima de él; con un profundo y certero empuje, mi vagina albergó completamente lo que a mí se me antojaba como una maravilla más de la naturaleza.
Apoyé mis piernas sobre el mismo tronco y empecé a moverme, hacia adelante, hacia atrás,….me incorporaba ligeramente haciendo que su pene saliese de mí pero no completamente, y volvía a hundirme sobre él para sentirla más adentro, más profunda.

Movimientos lentos, rítmicos, que cada vez iban acelerándose más, y ganando en profundidad. Me incorporé un poco hacia atrás, mientras seguía cabalgando sobre él, y él empezó a masajear mi clítoris,…
Cada vez me costaba más mantener el control, y seguía mis vaivenes sobre él, y él acariciando con más decisión en aquel punto mío de locura,…. Y entonces me sobrevino un orgasmo que me hizo temblar de pies a cabeza, cerrar los ojos, morderme los labios, hincarle mis uñas,….
Cuando acabamos me incorporé, me temblaban las piernas y estaban algo arañadas por el roce con la madera. Él se quedó tumbado en el mismo tronco en el que había sido mío y yo me levanté y me tumbé en otro cercano.



Tumbada hacia arriba, mirando las ramas mecerse, sintiendo algo pegajoso en mi espalda, probablemente resina, y algo también pegajoso recorriendo el interior de mis muslos, sentí un escalofrío. De placer.
Necesitaba más. Él estaba con los ojos cerrados, exhausto, y no me atreví a pedírselo. Empecé a masturbarme, sobre los restos de un muy reciente orgasmo, sobre un sexo abierto, lubricado, satisfecho pero sediento a la vez,… Con una mano, me introducía dos dedos, una y otra vez, y con la otra acariciaba mimosamente mi botón del placer.

Cuando creí que iba a estallar, él se levantó, me cogió de los brazos y me puso en pie, y me arrinconó contra el tronco, grande, gordo, robusto, vigoroso de otro árbol.

Con una fuerza que aún no había visto en él, empezó a besarme, a lamerme, a morderme, a acariciar a la vez suave y a la vez intensamente todas las partes de mi cuerpo, y me penetraba una y otra vez, se aplastaba contra mí, haciendo que todas las vetas y marcas del árbol se clavaran dolorosamente en mi espalda.

Todo era placer, sentir su lengua, sus manos, su posesión,….todo.  Nos sobrevino la locura a la vez, en el instante en que él dejaba de acariciarme para sujetarse con sus manos a aquel árbol para penetrarme con más profundidad, más hondo…en el mismo instante también en que mis manos le apretaban hacia mí, para sentirle más adentro.
Cuando de mi garganta salieron los sonidos del placer, tuve una sensación que no había vivido nunca antes: la de estar poseída por el bosque.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Intermedio gripal




Hoy me han dicho que me recupere pronto, porque buena ya lo estoy.
Sigo llena de mocos, con dolore musculares, y sin ánimos para nada,....eso sí, ahora con una sonrisa!

Estoy descansando, e intentando contestar correos.

De momento, un pequeño intermedio con su correspondiente publicidad:

viernes, 2 de noviembre de 2012

En el campo





Por prescripción facultativa (varios ataques consecutivos de ansiedad por estrés laboral), me fui una semana de vacaciones, sola, a una casa rural de un pueblo muy, muy pequeño. Las consignas eran nada de tv, ni ordenador portátil, ni teléfono móvil (salvo para emergencias). Así es que allí me marché con algo de ropa, varios libros por leer y mi viejo y fiel mp3.

El primer día de estancia fue raro, sin ver a nadie salvo a los propietarios de la casa para acabar de pagarles lo pactado. Acordé con ellos que yo me cocinaría, que no tenían que preocuparse por hacerme la comida. Acabé un libro que tenía empezado desde hacía meses y empecé uno nuevo. No fue tan traumático, no eché de menos a nada ni a nadie.

El segundo día encontré una bicicleta en el sótano de la casa, y tras pedir permiso a los dueños para poder utilizarla, decidí dar un paseo para conocer los alrededores. Recorrí las calles del pueblo en poco rato, localicé un pequeño supermercado y un estanco. Fui por un camino que, tras pedalear durante una media hora a ritmo normalito, comprobé que llevaba a una zona boscosa. No me atreví a adentrarme más, no soy experta con la bicicleta y además olvidé intencionadamente el móvil en la casa. Decidí volver por el mismo camino, empezaba a oscurecer en aquella maravillosa primavera, pero algo fría en aquella zona del norte.

Por el camino de vuelta, encontré a un hombre que paseaba junto a sus tres perros. Yo iba con la bicicleta detrás de él, muy cerca de él, y no pude evitar fijarme en su trasero, en lo que parecían unas apretadas nalgas, en cómo se movían al caminar. Le adelanté, me saludó (saludarse con todo aquel que te cruzas es una bonita costumbre que se utiliza en los lugares donde habita poca gente), y entonces me fijé en su sonrisa. Caray! Me hubiese bajado de la bicicleta y me lo hubiese follado allí mismo, pero continué pedaleando. ¿Se fijaría él también en mi culo, desde esa perspectiva privilegiada que ahora disfrutaba él?

El tercer día de mi estancia empecé ya a echar algo de menos, el sexo, y decidí calmarme paseando de nuevo con la bicicleta. Esta vez recorrí otro camino, el que llevaba al pueblo vecino que se encontraba a unos 4 kms. No tuve en cuenta que la vuelta serían otros 4 y volví agotada. Aún así, saqué fuerzas y volví al camino que llevaba al bosque, a ver si volvía a encontrarme al hombre excitante que paseaba a sus perros. Así fue,  pero no era casualidad, era la misma hora aproximadamente.
Pedaleaba unos metros tras él, fijando mi mirada nuevamente en aquellos deliciosos glúteos y él –creo que no se había percatado aún de mi presencia- se quitó su camisa, aquella tarde hacía más calor. Ver su espalda, sus hombros, sus brazos desnudos, su bronceado tono montaña,… estaba humedeciendo el sillín de la bicicleta! Los perros detectaron mi presencia, ladraron, él se giró y vi su desnudez en su torso. Me mordí el labio, le imaginé sobre mí, debajo de mí y dentro de mí, y perdí el control cayendo de la bicicleta.

El hombre de los perros se acercó para ver cómo estaba y yo, con mis rodillas sangrando cual traviesa colegiala, me incliné hacia él y le besé. Él no respondió pero tampoco rehuyó, así es que continué besándole, tocando su polla por encima de su tejano y notando cómo entonces sí que reaccionaba, voluntaria o involuntariamente, y olvidando la sangre que empezaba a gotear hacia abajo de mis piernas.

“Si no te gusta, paro” le dije. Aquel hombre, sin apenas mediar palabra, me levantó en brazos para trasladarme unos metros fuera del camino, me depositó en el suelo, en un campo de hierba verde que yo no supe identificar. Me desnudó por completo, e iba besando con furia cada parte de mi cuerpo que iba quedando al descubierto. Con mis pantalones limpió un poco la sangre de mis rodillas, y separó mis muslos para hundir su cara en medio de ellos.
Su lengua me recorrió hábilmente, y averiguó rápidamente en qué puntos debía recrearse más. Mientras él saboreaba e iba provocándome cada vez más placer, sentía sensaciones maravillosas como el roce de su barba de varios días en la parte interna de mis muslos, como sus manos apretando mi culo y sensaciones nunca antes conocidas como el aire fresco acariciándome el resto del cuerpo y olores –supongo que vegetales o florales- que venían de todas partes.

En un momento dado él me dijo “si no te gusta, paro”. No!, rotundamente no, no podía parar. Para que no le quedasen dudas apreté con mis manos su cabeza hacia mí para que acabase lo que había empezado y mi cuerpo ya necesitaba.
No me importaba que nadie nos viese, aunque aquellas altas hierbas seguramente nos protegerían de las miradas de algún esporádico paseante, y no me importó que alguien oyese mis gemidos de placer extremo.

Al acabar se incorporó, y yo me quedé allí tumbada, con el placer latente aún entre mis piernas y con la sensación mágica de que la hierba o el campo seguían acariciándome, el viento movía la hierba haciendo que rozasen brazos, espalda, rostro, piernas,…. Segundos de placer entre yo y el campo.




Nota: Si alguien ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, decir que un lector me propuso escribir sobre sexo silvestre (así lo llamó) y al parecer, es sexo en el campo, en el bosque,… Acepté, sin tener ni idea ni experiencia, y otro lector me inspiró un poco. Espero no haber decepcionado demasiado a ninguno de los dos, pero creo que aún me dio para más….continuará…..